domingo, 28 de julio de 2013

“El arte de la guerra,” escrito por Sun Tzu el año 490 a. de C., habla de las cinco leyes del combate:

“El arte de la guerra,” escrito por Sun Tzu el año 490 a. de C., habla de las cinco leyes del combate:

La fe: antes de entrar en combate, hay que creer en el motivo de la lucha.

El rabino Zuya tenía tanta fe que se propuso conocer los misterios divinos. Para ello, decidió imitar la vida de Moisés.
Durante años, intentó comportarse como el profeta, sin conseguir los resultados esperados. Una noche, agotado tras mucho estudiar, cayó rendido en sueños.
En sus sueños, Dios se le aparecía:
-¿Por qué estás tan perturbado, hijo mío? –preguntó.
-Mis días en la Tierra terminarán, y estoy lejos de llegar a ser como Moisés –respondió Zuya-. He luchado con todas mis fuerzas, sin resultado alguno.
-Si Yo necesitara de otro Moisés, ya lo habría creado –dijo Dios-. Cuando te presentes delante de Mí para el Juicio Final, no te preguntaré por qué no fuiste como Moisés, sino quién fuiste tú. Intenta ser un buen Zuya.

El Compañero: escoge bien a tus aliados y aprende a luchar acompañado, porque nadie gana una guerra solo.

Un panadero quería conocer a un gran gurú, y lo invitó a comer. La víspera, este fue a la panadería disfrazado de mendigo, cogió un pan y empezó a comer. El panadero lo echó a la calle.
Al día siguiente, el gurú y un discípulo fueron a casa del panadero, y se encontraron con un gran banquete. En mitad de la comida, el discípulo preguntó:
-¿Cómo distinguir al hombre bueno del malo?
-Basta con mirar a este panadero. Es capaz de gastarse diez monedas de oro en un banquete porque soy célebre, pero es incapaz de dar un pedazo de pan a un mendigo hambriento.

El tiempo: una lucha en invierno es diferente de una lucha en verano; un mal guerrero no presta atención al problema cuando este es pequeño. Y cuando crece, se siente incapaz de superarlo.

Un vendedor de camellos llegó a una aldea para vender sus hermosos animales a un precio inmejorable. Todos compraron, menos el Sr. Hoosep.
Un tiempo más tarde, llegó a la aldea otro vendedor con excelentes camellos, pero a un precio bastante más alto. En esta ocasión, Hoosep compró algunos animales.
-No compraste los camellos cuando eran casi gratis, y ahora los compras por el doble –le criticaron sus amigos.
-Aquellos que estaban baratos eran muy caros para mí, porque en aquella época tenía muy poco dinero –respondió Hoosep-. Estos pueden parecer más caros; sin embargo, para mí son baratos, puesto que tengo más que suficiente para comprarlos.

La estrategia: el mejor guerrero es aquel que prepara bien su combate.

Los guerreros ninja van al campo donde se acaba de plantar el maíz. Obedeciendo la orden de su maestro, saltan por encima de los lugares donde se sembraron las semillas.
Todos los días los guerreros ninja vuelven al campo. La semilla se transforma en brote, y ellos saltan por encima. El brote se transforma en una pequeña planta, y ellos saltan por encima.
No se aburren. No creen que sea una pérdida de tiempo.
El maíz crece, y los saltos son cada vez más altos. Así, cuando la planta está madura, los guerreros ninja todavía son capaces de saltar por encima de ella.

¿Por qué? Porque conocen bien su obstáculo.

Compilado por Paulo Coelho en su blog

domingo, 14 de julio de 2013

INSPIRANDO EL CAMBIO: EL ECOSISTEMA ESPIRITUAL

INSPIRANDO EL CAMBIO: EL ECOSISTEMA ESPIRITUAL

La Luz para satisfacer tus necesidades existe siempre.

La única razón por la que puedes experimentar carencia en tu salud, en tus finanzas, emociones y espíritu, es que has causado un bloqueo espiritual –ya sea en esta encarnación o en una previa– que necesita ser eliminado antes de que puedas recibir las bendiciones que se supone deben ser tuyas.

Esto nos lleva a una pregunta interesante, ¿A dónde va toda esa abundancia de bendiciones? Hay millones y millones de personas en el mundo con diversos niveles de carencia. Uno puede pensar que todas las bendiciones, aún no ganadas, permanecen en algún sitio en el plano espiritual, sin manifestarse y ocultas de este mundo.
No es el caso.

Todo lo necesitado por todos, en este mundo, ya existe en este mundo. Toda la comida, dinero, salud, el apoyo emocional y espiritual necesarios para cualquiera de nosotros está aquí, ahora mismo. Pero está en posesión de alguien más.

Por razones distintas, cada uno de nosotros recibe más abundancia de la que necesita; no es nuestra, sino más bien un excedente que pertenece a otra persona que, en este momento, no es capaz de traer esa bendición para sí mismo.

Este entendimiento, cuando lo asimilas realmente, puede cambiar por completo el cómo ves los regalos que tienes en abundancia. Cuando tienes más de algo (paciencia, amabilidad, habilidades físicas, abundancia, etc.) simplemente significa que hay otra persona en el mundo sufriendo de carencia en esa área, y estás reteniendo sus bendiciones hasta que llegue el momento en que ellos puedan pedirlas.

Si, por ejemplo, eres alguien con gran sabiduría en asuntos emocionales, entonces no se trata de si "eliges" o no ayudar a alguien que atraviesa por dolor. El verdadero entendimiento es que, esa abundancia de sabiduría que le puedes dar a otra persona "pertenece" a esa otra persona. No es tuya, no eres su propietario. Eres simplemente el guardián de ésta hasta que la piden. Su acción de venir a pedir ayuda a eliminar el bloqueo y les permite recibir de ti lo que, de hecho, es de ellos.
Cuando llevas este entendimiento a tu interior, te das cuenta de que nunca "das de ti mismo", sino más bien, devuelves a otros lo que por derecho es de ellos.
Esto nos conduce a un entendimiento fundamental de nuestras vidas y acciones. Los kabbalistas hablan de un ecosistema espiritual que es llamado El Árbol de la Vida, en donde se originan todas las bendiciones, protección, inspiración, alegría y satisfacción. Hay dos maneras de interactuar con este mundo increíble.

Una manera que la mayoría de la gente sigue es pensar en esos dones como si fueran suyos. Cuando comparten, piensan que están siendo espirituales o haciendo algo bueno al compartir con otros menos afortunados. Piensan que es su decisión si comparten o no, y qué tanto y qué tan a menudo.

Mientras que es cierto que una visión como esta traerá Luz y bendiciones a sus vidas (porque cada acción positiva revela Luz), este modo de vida es limitado en sus bendiciones.

Es aún más profundo cuando entendemos la existencia de un ecosistema espiritual y que nuestra abundancia no es sólo nuestra. Simplemente estamos custodiando dones para otros. Ya no es nuestra elección el dar, sino más bien nuestro deber.

Cuando vemos nuestros dones de esta forma, comenzamos a compartir porque estamos cumpliendo con nuestra parte en el ecosistema. Esta conciencia crea una apertura más grande para recibir de otros y nos hace aprovechar un torrente infinito de abundancia. No es que nos "ganemos" las grandes bendiciones que vendrán a nosotros, nosotros nos "abrimos" a ellas, permitiendo a todos los ángeles celestiales, Luz y abundancia fluir hacia nosotros sin impedimento. Las bendiciones, alegría y plenitud que se hacen nuestras cuando formamos parte del ecosistema espiritual, son grandiosas. Sé honesto contigo. Mira cómo es que ves tus dones y por qué compartes. Mientras te esfuerzas en cambiar de la visión de "mis cosas" a una visión de "ecosistema espiritual", te abrirás a un nivel nuevo de protección, bendiciones y plenitud, que puede ir más allá de cualquier cosa que hasta ahora hayas experimentado.

El centro de KABBALAH


La Kabbalah es una sabiduría antigua que revela cómo el universo y la vida funcionan. En un nivel literal, la palabra Kabbalah significa "recibir". Y es el estudio de cómo recibir la plenitud en nuestras vidas. Leer más: http://es.kabbalah.com/que-es-kabbalah

domingo, 7 de julio de 2013

Liberarse del ego


Muy buenas, aquí una reflexión sobre nuestro buen amigo EGO, siempre presente, en mayor o menor medida, y dependiendo de ello pues, ayuda o no...Que les sirva. Un saludo y muy buena semana

Liberarse del ego (I)

Una definición del ego es la identificación y apego a una imagen errónea o falsa de uno mismo. Por ejemplo, si me identifico con un rol profesional y lo convierto en la base de mi autoestima, estoy cometiendo un error ya que es obvio que yo no soy el rol.

El rol es lo que hago, pero no lo que soy. Lo que soy está siempre presente y el rol puede dejar de existir en cualquier momento. Soy un ser espiritual, lleno de cualidades y valores, con capacidad de discernir y decidir. Mis verdaderos tesoros están en el interior.

Sin embargo, debido a que nos hemos desconectado de nuestra esencia, buscamos esas cualidades en elementos externos. Queremos obtener la paz, la estabilidad y el amor desde el exterior.

La fórmula del ego siempre es: “Según lo que sucede, así me siento”. Vivir en un mundo de deseos y expectativas, bajo la ilusión de que las circunstancias me van a traer la anhelada paz y felicidad… algún día.

La fórmula espiritual y correcta es: “Yo soy responsable de crear mis sentimientos y mi estado de consciencia y a partir de ahí, trato con las situaciones de la vida”.

Para liberarnos del ego, primero tenemos que identificar claramente su presencia y dejar de alimentar las actitudes y patrones de pensamientos que surgen de esa consciencia limitada.

Un principio sencillo es darnos cuenta de que donde hay ego, hay apego. Donde hay apego, experimentaremos alguna forma de resistencia al cambio en nuestro interior. Y donde hay resistencia, también hay miedo. Miedo a perder o tener que renunciar al objeto de nuestro apego.

Por ejemplo, si lo que tengo es apego a mi rol profesional, tendré resistencia al cambio y miedo a que otros puedan arrebatármelo o pueda perderlo. El rol se ha convertido en parte de mi identidad.

El alma es un ser libre de identificaciones y apegos. Mi estado natural es el de paz y bienestar. Por eso es tan importante meditar y experimentar la verdadera consciencia del ser. De esta manera podremos diferenciar claramente cuándo estamos en la consciencia de nuestra verdadera esencia y cuándo estamos en la consciencia falsa y limitada del ego.

Brahma Kumaris World Spiritual University   

martes, 2 de julio de 2013

Un hombre fuera de serie - Elogio de Nelson Mandela

Un hombre fuera de serie - Elogio de Nelson Mandela


Nelson Mandela, el político más admirable de estos tiempos revueltos,agoniza en un hospital de Pretoria. Reverenciado en el mundo entero, por una vez podremos estar seguros de que todos los elogios que llueven y lloverán sobre su figura son justos, pues el estadista sudafricano transformó la historia de su país de una manera que nadie creía concebible y demostró, con su inteligencia, destreza, honestidad y valentía que en el campo de la política a veces los milagros son posibles.
Todo aquello se gestó, antes que en la historia, en la soledad de una conciencia, en la desolada prisión de Robben Island, donde Mandela llegó en 1964, a cumplir una pena de trabajos forzados a perpetuidad. Las condiciones en que el régimen del apartheid tenía a sus prisioneros políticos en aquella isla rodeada de remolinos y tiburones, frente a Ciudad del Cabo, eran atroces. Una celda tan minúscula que parecía un nicho o el cubil de una fiera, una estera de paja, un potaje de maíz tres veces al día, mudez obligatoria, media hora de visitas cada seis meses y el derecho de recibir y escribir sólo dos cartas por año, en las que no debía mencionarse nunca la política ni la actualidad. En ese aislamiento, ascetismo y soledad transcurrieron los primeros nueve años de los 27 que pasó Mandela en Robben Island.
En vez de suicidarse o enloquecerse, como muchos compañeros de prisión, en esos nueve años Mandela meditó, revisó sus propias ideas e ideales, hizo una autocrítica radical de sus convicciones y alcanzó aquella serenidad y sabiduría que a partir de entonces guiarían todas sus iniciativas políticas. Aunque nunca había compartido las tesis de los resistentes que proponían un "África para los africanos" y querían echar al mar a todos los blancos de la Unión Sudafricana, en su partido, el Congreso Nacional Africano, Mandela, al igual que Sisulu y Tambo, los dirigentes más moderados, estaba convencido de que el régimen racista y totalitario sólo sería derrotado mediante acciones armadas, sabotajes y otras formas de violencia, y para ello formó un grupo de comandos activistas llamado Umkhonto we Sizwe, que enviaba a adiestrarse a jóvenes militantes a Cuba, China Popular, Corea del Norte y Alemania Oriental.
Debió de tomarle mucho tiempo -meses, años- convencerse de que toda esa concepción de la lucha contra la opresión y el racismo en Sudáfrica era errónea e ineficaz, y que había que renunciar a la violencia y optar por métodos pacíficos, es decir, buscar una negociación con los dirigentes de la minoría blanca -un 12% del país que explotaba y discriminaba de manera inicua al 88% restante-, a la que había que persuadir de que permaneciera en el país porque la convivencia entre las dos comunidades era posible y necesaria, cuando Sudáfrica fuera una democracia gobernada por la mayoría negra.
En aquella época, fines de los años 60 y comienzos de los 70, pensar semejante cosa era un juego mental desprovisto de toda realidad. La brutalidad irracional con que se reprimía a la mayoría negra y los esporádicos actos de terror con que los resistentes respondían a la violencia del Estado habían creado un clima de rencor y odio que presagiaba para el país, tarde o temprano, un desenlace cataclísmico. La libertad sólo podría significar la desaparición o el exilio para la minoría blanca, en especial los afrikaans , los verdaderos dueños del poder. Maravilla pensar que Mandela, perfectamente consciente de las vertiginosas dificultades que encontraría en el camino que se había trazado, lo emprendiera, y, más todavía, que perseverara en él sin sucumbir a la desmoralización un solo momento, y veinte años más tarde consiguiera aquel sueño imposible: una transición pacífica del apartheid a la libertad, y que el grueso de la comunidad blanca permaneciera en el país junto a los millones de negros y mulatos sudafricanos, que, persuadidos por su ejemplo y sus razones, habían olvidado los agravios y crímenes del pasado y perdonado.
Habría que ir a la Biblia, a aquellas historias ejemplares del catecismo que nos contaban de niños, para tratar de entender el poder de convicción, la paciencia, la voluntad de acero y el heroísmo de que debió hacer gala Nelson Mandela todos aquellos años para ir convenciendo, primero a sus propios compañeros de Robben Island, luego a sus correligionarios del Congreso Nacional Africano y, por último, a los propios gobernantes y a la minoría blanca, de que no era imposible que la razón reemplazara al miedo y al prejuicio, que una transición sin violencia era algo realizable y que ella sentaría las bases de una convivencia humana que reemplazaría al sistema cruel y discriminatorio que por siglos había padecido Sudáfrica. Yo creo que Nelson Mandela es todavía más digno de reconocimiento por este trabajo lentísimo, hercúleo, interminable, que fue contagiando poco a poco sus ideas y convicciones al conjunto de sus compatriotas, que por los extraordinarios servicios que prestaría después, desde el gobierno, a sus conciudadanos y a la cultura democrática.
Hay que recordar que quien se echó sobre los hombros esta soberbia empresa era un prisionero político que, hasta 1973, cuando que se atenuaron las condiciones de carcelería en Robben Island, vivía poco menos que confinado en una minúscula celda y con apenas unos pocos minutos al día para cambiar palabras con los otros presos, casi privado de toda comunicación con el mundo exterior. Y, sin embargo, su tenacidad y su paciencia hicieron posible lo imposible. Mientras, desde la prisión ya menos inflexible de los años 70, estudiaba y se recibía de abogado, sus ideas fueron rompiendo, poco a poco, las muy legítimas prevenciones que existían entre los negros y mulatos sudafricanos y siendo aceptadas sus tesis de que la lucha pacífica en pos de una negociación sería más eficaz y más pronta para alcanzar la liberación.
Pero fue todavía mucho más difícil convencer de todo aquello a la minoría que detentaba el poder y se creía con el derecho divino a ejercerlo con exclusividad y para siempre. Éstos eran los supuestos de la filosofía del apartheid, que había sido proclamada por su progenitor intelectual, el sociólogo Hendrik Verwoerd, en la Universidad de Stellenbosch, en 1948, y adoptada de modo casi unánime por los blancos en las elecciones de ese mismo año. ¿Cómo convencerlos de que estaban equivocados, que debían renunciar no sólo a semejantes ideas, sino también al poder y resignarse a vivir en una sociedad gobernada por la mayoría negra? El esfuerzo duró muchos años, pero, al final, como la gota que horada la piedra, Mandela fue abriendo puertas en esa ciudadela de desconfianza y temor, y el mundo entero descubrió un día, estupefacto, que el líder del Congreso Nacional Africano salía a ratos de su prisión para ir a tomar civilizadamente el té de las cinco con quienes serían los dos últimos mandatarios del apartheid : Botha y De Klerk.
Cuando Mandela subió al poder, su popularidad en Sudáfrica era indescriptible, y tan grande en la comunidad negra como en la blanca (yo recuerdo haber visto, en enero de 1998, en la Universidad de Stellenbosch, la cuna del apartheid , una pared llena de fotos de alumnos y profesores recibiendo la visita de Mandela con un entusiasmo delirante). Ese tipo de devoción popular mitológica suele marear a sus beneficiarios y volverlos -Hitler, Stalin, Mao, Fidel Castro- demagogos y tiranos. Pero a Mandela no lo ensoberbeció; siguió siendo el hombre sencillo, austero y honesto de antaño, y ante la sorpresa de todo el mundo se negó a permanecer en el poder, como sus compatriotas le pedían. Se retiró y fue a pasar sus últimos años en la aldea indígena de donde era oriunda su familia.
Mandela es el mejor ejemplo que tenemos -uno de los muy escasos en nuestros días- de que la política no es sólo ese quehacer sucio y mediocre que cree tanta gente, que sirve a los pillos para enriquecerse y a los vagos para sobrevivir sin hacer nada, sino una actividad que puede también mejorar la vida, reemplazar el fanatismo por la tolerancia, el odio por la solidaridad, la injusticia por la justicia, el egoísmo por el bien común, y que hay políticos, como el estadista sudafricano, que dejan su país, el mundo, mucho mejor de como lo encontraron.

Gabriel José García Márquez

Gabriel José García Márquez   Aracataca ,   Magdalena ,   Colombia ;   6 de marzo   de   1927 Ciudad de México ,   México ;   17 de abril   ...