¿Son compatibles una buena vida y una vida buena? Esta es
la pregunta que se hace el autor y es la que me hice hace tiempo. Me respondo
que sí con absoluta certeza. Disfrutar de la vida, de la gente que queremos, de
lo que hacemos, de la naturaleza que nos rodea, de los avances que consiguió el
ser humano en su viaje a través del tiempo, es, sin ir más lejos una vida buena
y una buena vida, siempre y cuando logremos verlo sin necesidad de herramientas
innecesarias. Para más datos, lo que nos cuenta el Sr. Sinay.
Dos vidas en una Por Sergio Sinay
¿Son compatibles una buena vida y una vida buena? Aunque
lo parezca, no es una pregunta redundante. Lo que hoy llamamos una buena vida
se refleja en estadísticas, cifras, niveles de ingreso, acceso a bienes y
servicios. La vida buena, en cambio, es menos tangible, y sobre ella los
filósofos discurren desde el principio de los tiempos. Aristóteles pensaba que
se trata de una vida que fluye por el justo medio, entre las pasiones y las
ideas extremas, y que, inexorablemente, debe incluir la preocupación por los
otros. La búsqueda de una buena vida (seguridad material, comodidad económica,
placeres, salud, confort) hace que a menudo el otro quede relegado. Para
Epicuro, en el siglo IV antes de Cristo, se trataba de buscar el placer y
evitar el dolor. Los estoicos, a su vez, afirmaban que la buena vida corre
paralela a las leyes de la naturaleza, sin apartarse de ellas. Y así, las
definiciones no cesan hasta hoy.
Desde que, sobre todo en los últimos cinco años, las
crisis e inestabilidad económica arrecian en el mundo, la pregunta del inicio
aviva su vigencia. Toda equivalencia entre felicidad y bienestar material se ha
hecho relativa. La materia (sobre todo económica) es frágil como nunca y la
felicidad parece evanescente y fugaz. Pero quizá se deba a que se la depositó
fuera de su lugar y se la confundió con el placer, que es efímero. El
reconocido economista suizo Bruno Frey fue, hace un par de décadas, uno de los
primeros en estudiar las relaciones entre economía y felicidad. Y propone hoy
una distinción entre los que llama bienes extrínsecos y bienes intrínsecos. Los
primeros tienen que ver con lo visible y mensurable: estatus, riqueza,
patrimonio, éxito social. Los segundos se relacionan con lo que ni se ve ni se
mide: afectos, amor, sentimientos, valores. Y así desembocamos en la cuestión
de la buena vida y la vida buena.
Los bienes extrínsecos son aquellos por los cuales nos
medimos con los otros, los que nos llevan a competir permanentemente, los que
debemos alcanzar para no quedar retrasados en la carrera por la figuración
social, los que provocan rivalidad y desatan envidias. Aunque apunten al
bienestar, son frecuentes fuentes de estrés. Los bienes intrínsecos, por su
parte, nos ponen en línea con nuestra interioridad, nos acercan a la calma que
produce la coherencia, se centran en nuestros valores y, en silencio y sin
grandes demostraciones, nos instalan en la armonía. Donde predominan los
primeros reina la confrontación, cuando se imponen los segundos predomina la
cooperación. Guiados por la persecución de bienes extrínsecos tendemos a vivir
contra el otro o sin él, orientados por los intrínsecos, la ecuación se
invierte.
¿Son bienes excluyentes entre sí? ¿Es imposible la
integración de una buena vida y una vida buena? No. Pero no armonizan
naturalmente, requieren de una herramienta específica de los seres humanos: la
conciencia. Ella nos permite dialogar con nosotros mismos, comprender, como
decía la filósofa Hanna Arendt (1906-1975), que somos dos en uno (uno que
cuestiona, otro que responde) y que según lo que vayamos eligiendo y cómo
actuemos en la vida, con eso tendremos que vivir. Es posible una buena vida que
no vaya contra los otros, que no desvirtúe valores, que no convierta a los
medios en fines (si para acceder a lo que deseo o me incitan a desear caigo en
el vale todo, entonces un posible medio de bienestar se convierte en fin y
enturbia mis vínculos y mis acciones). En todo caso se trata de integrar la
buena vida dentro de la vida buena. En ese orden, funciona. Al revés suele dar
como resultado algo que a menudo vemos: alto nivel de vida, bajo nivel de
felicidad.
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