domingo, 23 de febrero de 2014

La "particularidad" de Argentina y Japón

Estuve investigando un poco a partir del comentario que hizo el premio Nobel Simón Kuznets Respecto a que "Existen 4 tipos diferentes de países, los países desarrollados, los subdesarrollados, Argentina y Japón".
Leí un montón de análisis de un montón de gente. Aquí les comparto el extracto de apenas tres notas en las que hablan del porqué de la "particularidad". Puede que cada uno de ustedes tengan una explicación al respecto o quizás nunca se lo plantearon, pero es interesante intentar entenderlo. A partir del entendimiento vienen las soluciones a los problemas :)

Argentina y Japón

Fue Simón Kuznets quien dijo que existen cuatro tipo de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Argentina y Japón.

Extracto nota de Luis Sarmiento García para http://www.losandes.com.ar/
Japón ha vivido en recesión una de las etapas más extensa de la historia económica reciente: casi toda la década del '90. Al comenzar los 2000 y más concretamente en 2003, presentó una franca recuperación.

No obstante, la enfermedad de los ’90, que algunos califican con humor como "síndrome del hastío de crecer", ese país ininteligible nos vuelve a sorprender. Sigue siendo la segunda economía mundial: en 2003 creció el 2,7%, exportó por valor de u$s 518.000 millones y marca un superávit en cuenta corriente de u$s 150.000 millones. Su PBI ronda los 5 billones de dólares, casi la mitad de EEUU y cerca del 60% del PBI de las 15 potencias de la Unión Europea en conjunto.

Este coloso de pequeños grandes samurai, casi sin territorio, ubicados en islas volcánicas con frecuentes terremotos grado 6/7/8 Richter, derrotados y destruidos en 1945, sigue siendo un paradigma mundial. Su éxito no es ningún secreto: seriedad y responsabilidad. ¿Cualquier coincidencia con Argentina es mera casualidad? Analicemos el tema.

En los años ’70 Simón Kuznets dijo en EEUU algo que para mí fue una genial verdad: "Existen cuatro tipos de países, los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina." El nuestro no encaja en ningún grupo, es único e irrepetible, para bien y generalmente para mal. Japón tampoco, porque supera a todos. Es el único de adversidad total que hace cumbre sobre sus propias desgracias.

Lo he repetido junto con muchos estudiosos: Argentina es un gran país destruido por sucesivos gobiernos durante 70 años. La última tarea aniquilante del país comenzó en 1995, cuando Menem fue reelegido después de un exitoso primer período; continuó en 1998, cuando entramos en recesión, consolidada por Fernando de la Rúa en 1999/2001; excluido del mundo por el default victorioso y demagógico de Adolfo Rodríguez Saá y por fin, con la obra cumbre de la pesificación y devaluación caóticas y desordenadas de Eduardo Duhalde en enero de 2002.

En ese año decrecimos el 37% desde 1998; bajaron las reservas a u$s 7.000 millones; la deuda externa alcanzó acumuladamente desde 1966 los u$s 170.000 millones y el PBI, de u$s 298.000 millones en 1998 bajó a u$s 130.000 millones. 

“La Argentina, desconcertante para los economistas”

Extracto nota publicada por http://www.ieco.clarin.com/
  
“La Argentina es un lugar desconcertante para los economistas. Para ilustrar lo difícil que es entenderla, el Nobel de Economía Simon Kuznets dijo una vez que había cuatro clases de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y la Argentina. Kuznets pensaba así porque cuando llegó la Primera Guerra Mundial, la Argentina era una de las naciones más ricas del mundo. A partir de ese momento comenzó su declive relativo, en comparación con los países ricos de Europa Occidental y de América del Norte. En los 70 y 80 sobrevino un declive en términos absolutos.
Si se mira de forma superficial, el desempeño económico de la Argentina es un enigma. Pero las razones de su decadencia económica aparecen claras cuando se analiza con el método de las instituciones inclusivas o extractivas. Es cierto que antes de 1914, la Argentina vivió unos cincuenta años de crecimiento económico, pero fue un caso típico de crecimiento bajo instituciones extractivas.
En aquellos años, la Argentina era gobernada por una pequeña elite con muchos intereses en el sistema agroexportador. La economía creció gracias a la exportación de carne, cuero y grano, durante un boom en los precios mundiales de estos commodities. Como todas las experiencias de crecimiento bajo instituciones extractivas, no vino acompañado de innovación ni de destrucción creativa. Durante la Primera Guerra Mundial, la creciente inestabilidad política y las revueltas armadas indujeron a esa elite a intentar ampliar el sistema político, pero con esto desataron fuerzas fuera de su control, y en 1930 vino el primer golpe de Estado.

El páis que pudo ser
Documento encontrado en http://www.cepade.com.ar/  

Simon Kuznets fue un economista nacido en lo que hoy es Bielorrusia, emigrado a Estados Unidos donde culminó sus estudios de Economía y desarrolló una brillante carrera, alcanzando su cúspide en 1971 , cuando recibió el Premio Nobel de Economía. La Academia Sueca se lo otorgó por su "interpretación empíricamente fundada del crecimiento económico , la cual ha llevado a una nueva y más profunda visión de las estructuras económicas, sociales y del proceso de desarrollo".
Kuznets (no Samuelson, como alguna vez equivocadamente dijo CFK) fue quién alguna vez sostuvo que había cuatro clases de países , los desarrollados, los subdesarrollados , la Argentina y Japón.
La particularidad que encontraba Kuznets era que , la Argentina era, tal vez el único caso de un país que fue, en apariencia, desarrollado, en la década del 20 y a partir de allí , se "subdesarrolló."
Lamentablemente Kuznetz murió en 1985 y no pudo ver como en la década que va de 2003 a 2012, la Argentina tuvo todas las condiciones dadas para volver a la senda del desarrollo y las desaprovechó, de una manera que seguramente será, en un futuro no muy lejano, un caso relevante de estudio en las facultades de economía de todo el mundo.
(…)
Las conclusiones que pueden extraerse de comparar ingresos del estado/presión fiscal de la última década contra indicadores sociales, son lapidarios y casi una afrenta a la sociedad argentina, en especial a los sectores más pobres.
La compulsa muestra que por ejemplo un país que creció al 8% anual durante 10 años y con una apropiación de recursos por parte del estado sin precedentes en la historia económica argentina, no le ha podido dar más gas , cloacas ni seguridad a los segmentos más pobres de la población, inclusive si se comparar contra los peores años de la crisis de 2001-2002.
Tampoco puede la Argentina perforar los índices promedio de pobreza a la denostada década de los 90 ni mejorar el acceso a la vivienda de los sectores más pobres. Más de un tercio de los hogares se ven con futuro próximo de pobreza.
Solo ha podido mejorar, más no eliminar, los problemas de la alimentación, pero de un modo prebendario y clientelar que destruye la cultura del trabajo.
Las oportunidades de mejoras laborales han sido mayores para los sectores de mejores ingresos. En definitiva, al fin de un período de crecimiento absolutamente excepcional de la economía argentina como excepcional también ha sido la expansión del estado en términos de apropiación de recursos privados, no se han podido superar la pobreza estructural generada en la década de los 80 y 90, no se han mejorado indicadores sociales básicos ni siquiera si se los compara con los
peores años de la crisis y se ha acentuado la desigualdad y la falta de oportunidades en todo sentido para los más pobres. El despilfarro (en el mejor de los casos) queda al desnudo a poco que se miran ciertas cuestiones con cuidado.
En la década 2003-2012, como en las primeras décadas del siglo XX, cuando era objeto de observación y admiración mundial, la Argentina tuvo la oportunidad de sentar las bases de su desarrollo futuro sustentable y asistir a una mejora verdaderamente revolucionaria de sus indicadores económicos y sociales. En cambio, finalizamos el 2013 con expectativas no alientan al optimismo y auguran un 2014 con problemas que, muchos pensaron, no se iban reeditar.

domingo, 16 de febrero de 2014

Punto 53 de Evangelii Gaudium

Quiero compartir con ustedes un texto que llega hasta mí de la mano de Zigmun Bauman en su conferencia de Madrid, que tuve la suerte de asistir. Evidentemente no me hubiera llegado de otra forma, ya que no soy muy católico (Casi quitaría el muy). Pero gracias a este texto realmente me llegó el nivel de compromiso social que "al parecer" esta asumiendo la iglesia católica de la mano del Papa Francisco I. A las pruebas me remito, así que les dejo este texto y me comprometo a seguir investigando esta exhortación apostólica del Papa, y por supuesto agradeceré vuestras opiniones.
Dany

53. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad.

Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo; con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».

Papa Francisco I Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium 

domingo, 9 de febrero de 2014

UN ANÁLISIS DE LA POBREZA CONTEMPORÁNEA

UN ANÁLISIS DE LA POBREZA CONTEMPORÁNEA
La causa de la igualdad en un mundo incierto
 Zygmunt Bauman
Liberadas de la rienda de la política y de las coacciones locales, la rápida globalización y la creciente economía extraterritorial producen brechas cada vez más grandes entre los ingresos de los sectores más ricos y los más pobres de la población mundial, y dentro de cada sociedad. Además, hay porciones cada vez más grandes de la población que no sólo se ven arrojadas a una vida de pobreza, miseria y destitución, sino que por añadidura se encuentran expulsadas de lo que ha sido socialmente reconocido como un trabajo útil y económicamente racional, convirtiéndose así en prescindibles  en lo social y en lo económico.

Según el informe más recientes del proyecto de desarrollo de las Naciones Unidas (tal como apareció en Le monde el 10 de septiembre de 1998), mientras que el consumo global de bienes y servicios fue en 1997 el doble que en 1975 y se multiplicó seis veces desde 1950, hay mil millones de personas “que no pueden satisfacer siquiera sus necesidades elementales”. Entre los 4.500 millones de habitantes de los países (en vías de desarrollo), 3 de cada 5 no tienen acceso a infraestructuras básicas: un tercio no tiene acceso al agua potable, un cuarto no tiene viviendas que merezcan ese nombre, un quinto carece de servicios sanitarios y médicos. Uno de cada 5 niños tiene menos de 5 años de instrucción de cualquier tipo, y una proporción similar padece desnutrición. En 70 u 80 de los cien países (en desarrollo) el ingreso medio per cápita de la población es actualmente inferior al de hace 10 años e incluso 30 años atrás: 120 millones de personas viven con menos de un dólar por día.

Al mismo tiempo, en los Estados Unidos, que es por lejos el país más rico del mundo y la patria de la gente más rica del mundo, el 16,5 por cien de la población vive en la pobreza; un quinto de los adultos no sabe leer ni escribir, en tanto el 13 por ciento tiene una expectativa de vida inferior a los 60 años.
Por otra parte, los hombres más ricos del globo tiene un patrimonio privado mayor que la suma de los productos nacionales de los 40 y 80 países más pobres; la fortuna de las 15 personas más ricas excede el total de producto de toda África Subsahariana. Según el informe, menos del 4% de la riqueza de las 225 personas más ricas bastaría para brindar a los pobres del mundo acceso a cuidados sanitarios y educativos elementales, así como una nutrición adecuada.
Los efectos de esta preocupante tendencia contemporánea han sido ampliamente examinados y debatidos, aunque, por razones que ya deberían entenderse perfectamente, se han tomado muy pocas medidas destinadas a contrarrestarlos, salvo algunas ad hoc, poco definidas y fragmentarias, y no se ha hecho nada por detener la tendencia. Esta reiterada historia de preocupación e inacción ha sido contada y vuelta a contar muchas veces, sin ningún beneficio visible hasta el momento. No tengo la intención de repetir la historia una vez más, sino más bien de cuestionar el encuadre cognitivo y el conjunto de valores con los que la ha sido evaluado; un encuadre y un conjunto que impiden la plena comprensión de la gravedad de la situación y, por lo tanto, tampoco permiten la búsqueda de alternativas factibles.

El encuadre cognitivo en que suele situarse todo debate sobre la creciente pobreza es puramente económico (en sentido de “economía” primordialmente como la suma de transacciones mediadas por el dinero): el encuadre de la distribución de la riqueza y los ingresos y de acceso a un empleo remunerado. Ocasionalmente, suele expresarse además cierta preocupación por la seguridad del orden social, aunque casi nunca —y con razón— en voz alta, ya que algunas mentes agudas podrían ver en la terrible situación de los pobres contemporáneos una amenaza tangible de rebelión. Ni el encuadre cognitivo ni la escala de valores son erróneos en sí mismo. Más precisamente, no son erróneos en lo que denotan, sino en lo que glosan en silencio y ocultan a la vista.

Uno de los hechos suprimidos es el rol que desempeñan nuevos pobres en la reproducción y la vigorización en la clase de orden global que es la causa misma de su indigencia y del “miedo ambiente” que vuelve desdichadas las vidas de todos los demás; otro es el grado en el que la auto perpetuación del orden global depende de esa indigencia y de ese miedo en el ambiente. Karl Marx en la época de emergencia del capitalismo salvaje, todavía no domesticado, todavía demasiado iletrado, como para descifrar los mensajes escritos en los muros, dijo que los trabajadores no pueden liberarse sin liberar al resto de la sociedad. Podría decirse ahora, en la época del capitalismo triunfante, que ya no presta atención a los mensajes escritos en los muros (ni a los muros mismos) que el resto de la sociedad humana no puede liberarse de su “miedo ambiente” ni de su impotencia si su parte más pobre no es liberada de sus penurias.  Sacar a los pobres de su pobreza no es tan sólo un asunto de caridad, conciencia y deber ético, sino una condición indispensable (aunque meramente preliminar) para reconstruir una República de ciudadanos libres a partir de la tierra baldía del mercado global.

Para decirlo brevemente: la presencia de un gran ejército de pobres y la publicidad dada a su escandalosa situación son un factor de contrapeso de gran importancia para el orden existente. Cuanto mayores sean la indigencia y la deshumanización de los pobres del mundo y de los de la calle de al lado, y cuanta más se las muestre, tanto mejor desempeñarán en un drama que ellos no escribieron y en el que no se postularon como actores.

En otras épocas, la gente era inducida a soportar con docilidad su destino mediante imágenes, vívidamente pintadas, del infierno, siempre presto a tragarse a cualquier culpable de rebeldía. Como todas las cosas sobrenaturales y eternas, el inframundo dedicado a conseguir un efecto similar ha sido traído a la tierra, firmemente situado de los confines de la vida terrenal y presentado de manera de permitir un consumo instantáno. Los pobres son EL OTRO de los asustados consumidores... el Otro que, por una vez, es verdadera y plenamente el infierno. En un aspecto vital, los pobres son aquellos que el resto querría ser (aunque no se atreven): seres libres de la incertidumbre. Pero la incertidumbre que les toca viene bajo la forma de enfermedades, crímenes y calles infectadas por la droga (eso si les toca vivir en Washington DC), o de una lenta muerte por desnutrición (si viven en Sudán). La lección que aprendemos de los pobres es que la certidumbre debe ser más temida que la destetada incertidumbre, y que el castigo por rebelarse al sufrimiento provocado por la incertidumbre cotidiana es inmediato y despiadado.

La imagen de los pobres mantiene a raya a los no pobres y, de ese modo, perpetúa su vida de incertidumbre. Los insta a tolerar con resignación esa incesante “flexibilización” del mundo. La visión de los pobres encarcela la imaginación de los no pobres y les ata las manos. No se atreven a imaginar un mundo diferente; tienen buen cuidado de no hacer ningún intento de cambiar el que existe. Mientras esta situación se mantenga hay poquísimas —por no decir ninguna— posibilidad de que exista una sociedad autónoma, auto constituida, de la república y de los ciudadanos.
Esta es una buena razón para que la economía política de la incertidumbre incluya, en calidad de ingrediente indispensable, el “problema de los pobres”, considerándolo alternativamente como tema de la ley y el orden o como objeto de preocupación humanitaria... pero solamente en una de esas dos representaciones. Cuando se emplea la primera representación, la condenación popular de los pobres —como depravados más que como carenciados— se asemeja tanto como es posible a quemar la efigie del miedo popular. Cuando se usa la segunda representación, la ira contra la crueldad y contra la indiferencia de los azares del destino puede canalizarse a través de inocuos carnavales de caridad, y la vergüenza que produce la pasividad se evapora en breves explosiones de solidaridad humana.

Día a día, sin embargo, los pobres del mundo y del país hacen su silencioso trabajo, socavando la confianza y la resolución de todos aquellos que tienen empleo y un ingreso regular. El vínculo entre la pobreza de los pobres y la rendición de los no pobres no tiene nada de irracional. El hecho de ver a los indigente y destituidos es, para todos los seres coherentes y sensibles, un oportuno recordatorio de que incluso la vida más próspera es insegura y de que el éxito de hoy no impide la caída de mañana. Existe una sensación, bien fundada, de que el mundo está cada vez más superpoblado; de que la única opción que tienen los gobiernos de los países es, en el mejor de los casos, la de optar entre una pobreza generalizada con alto nivel de desempleo —como ocurre en la mayoría de los países europeos— y una pobreza generalizada con un poco menos de desempleo, como en los Estados Unidos. Las investigaciones académicas confirman esa  sensación: cada vez hay menos trabajo pago. Y esta vez, el desempleo parece más siniestro que nunca. No parece producto de una “depresión económica” cíclica, una temporaria condensación de la miseria que será disipada por el siguiente boom económica.

Tal como argumentaba Jean Poul Marèchal, durante la época de “intensa industrialización”, la necesidad de construir una enorme infraestructura industrial y de conseguir grandes maquinarias justificó la creación regular de más empleos de los que desaparecerían como consecuencia de la aniquilación de las artes y oficios tradicionales; pero evidentemente ya no ocurre lo mismo. Hasta la década de 1970, todavía seguía existiendo una relación positiva entre el aumento de la productividad y las dimensiones del empleo; desde entonces, la relación se hace más negativa cada año. Por lo que parece, se cruzó un importante umbral en el transcurso de los años 70 y se dejó atrás una continua línea de desarrollo que persistió durante por lo menos un siglo. Según investigaciones comparadas realizadas por Olivier Marchans, en Francia el volumen de trabajo disponible en 1991 era tan sólo el 57 por ciento del que se ofrecía en 1891: 34.100 millones de horas en lugar de 60.000 millones. Durante ese período, el PBI se multiplicó por 10 y la productividad horaria se multiplicó por 18, mientras que el número total de personas empleadas creció, en 100 años, de 19 millones de personas a alrededor de 22 millones. Se han registrado tendencias semejantes en todos los países que iniciaron el proceso de industrialización en el siglo XIX. Las cifras justifican que hay razones para sentirse inseguro incluso en el empleo más estable y regular.

La reducción del volumen de empleo no es, sin embargo, la única razón de inseguridad. Los empleos que aún pueden conseguirse ya no están resguardados contra los impredecibles azares del futuro; podríamos decir que el trabajo es, en la actualidad, un ensayo diario para la prescindibilidad. La “economía política de la inseguridad” se ocupó de que las defensas ortodoxas fueran desmanteladas y de que a las tropas que las mantenían fueran desbandadas. El trabajo se ha vuelto “flexible”, algo que, dicho con claridad, significa que ahora los empleadores pueden despedir a los empleados a voluntad y sin compasión, y que la acción solidaria —y eficaz— de los sindicatos en defensa de los despedidos es cada vez más una fantasía. “Flexibilidad” también significa la negación de la seguridad: casi todos los trabajos disponibles son de tiempo parcial o por un tiempo fijo, casi todos los contratos son “renovables” con suficiente frecuencia como para impedir que cobre fuerza el derecho a una relativa estabilidad. “Flexibilidad” también significa que la antigua estrategia vital de invertir tiempo y esfuerzo para lograr capacitación especializada, con la esperanza de lograr una remuneración constante, tiene cada vez menos sentido; por lo tanto, ha desaparecido la opción que antes era más racional para las personas que anhelaban una vida segura.

 La subsistencia —esa roca en la que deben descansar todos los proyectos y todas las aspiraciones vitales para ser factibles, para tener sentido y para justificar la energía que requiere su creación  (o, al menos, el intento de concretarlos)— se ha vuelto frágil, errática y poco confiable. Lo que los partidarios de los programas de “bienestar para trabajar” no toman en cuenta es que la función de la subsistencia no es tan sólo proporcionar un medio de manutención día a día para empleados, y dependientes, sino algo de igual importancia: ofrecer una seguridad existencia sin la que no se puede conseguir la libertad ni la autoafirmarción y que es el punto de partida de toda autonomía. En su forma actual, el trabajo no puede ofrecer esa seguridad aun cuando consiga cubrir los costos de seguir con vida. El camino del bienestar para trabajar conduce de la seguridad a la inseguridad, o de menos inseguridad a una inseguridad mayor. Ese camino que incita a la mayor cantidad de gente a seguirlo, hace un eco adecuado a los principios de la economía política de la inseguridad.

Repitámoslo una vez más: la inestabilidad endémica de la vida abrumadora en la  mayoría de hombres y mujeres contemporáneos es la causa última de la actual crisis de la república... y, por lo tanto, de la desaparición y el angostamiento de la “sociedad buena” como propósito y motivo de la acción colectiva en general y de la resistencia contra la progresiva erosión del espacio privado-público, el único del que pueden surgir y florecer la solidaridad humana y el reconocimiento de las causas comunes. La inseguridad engendra más inseguridad; la inseguridad se auto perpetua. Tiende a atar un nudo gordiano imposible de desatar, que sólo puede ser cortado.

El problema es encontrar el lugar donde el cuchillo de la acción política pueda aplicarse con mayor efecto. Tal vez haya que concebir un coraje y una imaginación iguales a los de Alejandro Magno.


En busca de la política, Zygmunt Bauman. Fondo de Cultura Económica. México. 2002.

sábado, 1 de febrero de 2014

T E M O R E S

No sé si me parece a mi, o estoy más atento o últimamente veo mucho temor por todos lados. Es como si el signo de estos tiempos sea el miedo: Miedo a querer, miedo a invertir, miedo a avanzar, miedo a salir, miedo a lo nuevo, miedo a lo raro, miedo a salir de la zona de confort aunque no sea feliz, miedo a vivir "otra vez lo mismo", miedo a "sufrir otra vez", miedo al cambio, miedo a abrir mi corazón, miedo a amar...
Por eso quería compartir con ustedes este texto que nos dice que quizás sea normal tener miedo, pero acto seguido, miremos adelante y sonriamos a ese futuro incierto.

T E M O R E S

Temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo.
Temía fracasar, hasta que me di cuenta que
únicamente fracaso cuando no lo intento.

Temía lo que la gente opinara de mí, hasta
que me di cuenta que de todos modos opinan.

Temía me rechazaran, hasta que entendí
que debía tener fe en mi mismo.

Temía al dolor, hasta que aprendí que
éste es necesario para crecer.

Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.
Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final,
sino más bien el comienzo.

Temía al odio, hasta que me di cuenta
que no es otra cosa más que ignorancia.

Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo.
Temía hacerme viejo, hasta que
comprendí que ganaba sabiduría día a día.

Temía al pasado, hasta que comprendí que
es sólo mi proyección mental y ya
no puede herirme más.

Temía a la oscuridad, hasta
que vi la belleza de la luz de una estrella.

Temía al cambio, hasta que vi que
aún la mariposa más hermosa necesitaba
pasar por una metamorfosis antes de volar.

Hagamos que nuestras vidas cada día tengan mas vida y
si nos sentimos desfallecer
no olvidemos que al final siempre hay algo más.

Hay que vivir ligero porque el tiempo de morir está fijado.

Ernest Hemingway

Gabriel José García Márquez

Gabriel José García Márquez   Aracataca ,   Magdalena ,   Colombia ;   6 de marzo   de   1927 Ciudad de México ,   México ;   17 de abril   ...