Por qué no deberíamos trabajar más de seis horas
Aquellos de nosotros que acaso podemos
considerarnos afortunados de tener acceso a un empleo dentro del contexto
salvajemente competitivo, opresivo y desigual que nos impone el mercado,
inmersos como estamos en medio de la vorágine social, los medios de comunicación
alienantes y las urgencias de cada día, podemos olvidarnos con facilidad de
nuestro lugar en la sociedad, no sólo como empleados y consumidores, sino como
actores sociales productores de cambio y de progreso individual y colectivo,
como auténticos co-creadores de nuestra realidad actual.
Parece que vivimos en una sociedad en donde impera
el individualismo, la mezquindad, e incluso más gravemente, la adherencia
pasiva, ingenua o inconsciente de la mayoría de los sujetos a la reproducción
de una estructura social que, suponen, los excede, y que rara vez es evaluada
de manera crítica. Una de los factores que contribuyen a esto es sin duda la
absorción que implican las jornadas laborales actuales. Si se trabaja la mayor
parte del día existe poco tiempo para pensar, poco tiempo para forjar un
pensamiento crítico y para participar de manera transformadora y creativa en la
construcción de nuestra sociedad. No parece haber tiempo más que para seguir
alimentando este modo de funcionamiento del sistema. Pero este sistema está en
crisis. No sólo a nivel económico, sino más profundamente, a nivel cultural. Y
toda crisis demanda una transformación. Es momento de que todas las personas
puedan enriquecer sus vidas y espíritus en vez de ser devoradas por la
cotidianeidad del trabajo en donde las auténticas subjetividades están tan
desvalorizadas.
En la mayoría de los países de Occidente se permite
al empleador imponer jornadas laborales alienantes de no menos de 8 horas
diarias o 48 horas semanales. ¿Puede una sociedad que aspire a una calidad de
vida realmente saludable y plena de sus ciudadanos ser compatible con este
contexto legal que suprime el derecho de todo ser humano pleno a volcar su
actividad no solo en su vida laboral, sino también en su participación
democrática y en su ámbito personal? Si con algo es coherente este actual
contexto legal es con un modelo económico que contempla al ser humano como un
mero engranaje de un sistema productivo, cuyo tiempo debe estar subordinado
casi exclusivamente al trabajo y el consumo, beneficiando a quienes se
encuentran en la pirámide del mercado.
Como
señala el filosofo contemporáneo Antonio Fornés “Actualmente
trabajamos más horas que un esclavo romano, pero creemos que vivimos en
una sociedad superlibre… No tenemos tiempo de ver a los amigos, de reflexionar
en voz alta con ellos, ni de estar con nuestros hijos, estar de verdad. Hay que
madrugar, no tenemos tiempo de hacer el amor con la persona que hemos elegido:
la pasión se marchita. Lunes, martes, miércoles, jueves…. La rutina engulle
nuestra vida a cambio de algún capricho, otro jersey negro que luciremos en la
oficina, un mes de vacaciones, un coche nuevo para el atasco del domingo.
Siento amargarte el desayuno, pero ¿eso es vivir?… ¿Abdicar de la vida
para que tus hijos abdiquen el día de mañana de la suya? Mi gato vive mejor.”
Pero una cultura que ponga el valor de la vida por
encima de los valores del mercado y la realización colectiva por encima de la
competencia, debe contemplar al ser humano no sólo como trabajador y
consumidor, sino también como individuo civil, como persona afectiva y como
sujeto de realización personal e integración cultural, equilibrando su tiempo
en tres instancias sociales imprescindibles: la personal, la civil y la
productiva.
Como la historia ha demostrado, cada conquista de
nuevos derechos laborales nos ha alejado poco a poco de los tiempos de la
esclavitud declarada y ha dado lugar a sociedades relativamente menos injustas.
Por ello, uno de los principales espacios sociales en donde pueden reflejarse y
concretizarse los valores de una nueva cultura es el del derecho laboral.
Debemos concientizarnos de la necesidad de reivindicar y defender nuestro
derecho a la libertad humana frente a la jornada laboral, como una de las
formas más claras de esclavización cotidiana. Reducir la jornada laboral de 8 a
6 horas diarias (o 30 horas semanales) sin aplicar reducción salarial, es una
propuesta realista y concretable que significaría un progreso social y cultural
de no menores proporciones, repercutiendo en la calidad de vida de todo el
pueblo. Es claro que esta propuesta, en principio, no reduciría la injusta
distribución del ingreso imperante en nuestra sociedad capitalista (que debería
constituir una preocupación paralela), pero sí sería un modo concreto de
apropiarse a gran escala de la riqueza productiva –hablamos de reducir la
jornada sin aplicar reducciones salariales-, ya que se traduciría en un
incremento del valor hora para todos los trabajadores.
En algunos países de Latinoamérica como Venezuela,
Uruguay y Argentina, afortunadamente, se han comenzado a debatir
proyectos de ley que podría hacer realizable esta idea:
El senador argentino Osvaldo López, autor de un
proyecto de ley que defiende la reducción de la jornada laboral a 6 horas como
un derecho que debe ser garantizado independientemente de las condiciones
salariales, plantea que: “Esto se puede lograr sin aplicar reducción salarial,
manteniéndose los niveles vigentes a través del incremento proporcional del
valor hora. El derecho a una retribución justa es una conquista social que debe
ser garantizada por separado, no pudiéndose negociar por la jornada de modo que
alguien deba trabajar demasiadas horas o tener más de un empleo para que el
salario le alcance.”
En su misma línea, Mario Woronowski, psicólogo y
sociólogo argentino, e integrante del Foro de Políticas Públicas de Salud del
Espacio Carta Abierta, considera que la reducción de la jornada responde a una
necesidad social dentro de un contexto mundial que
cataloga como “una crisis civilizatoria, y no solo del sistema
financiero.”. Woronowski señaló que “para muchos sectores y personas, ideas
como estas son utópicas”, y a su vez abogó por “no asustarse de las utopías,
sino asustarse de la falta de ellas”.
Por nuestra parte, hemos elaborado 9 fundamentos
principales que consideramos que justifican esta necesaria y urgente
transformación social:
1. REDUCCIÓN DEL DESEMPLEO:
La posibilidad de estructurar dos turnos laborales,
permitiría la incorporación de mayor personal con el beneficio de reducir del
desempleo. Como señaló el senador Osvaldo López, las leyes de reducción de la
jornada laboral pueden funcionar como “una herramienta para crear mayor cantidad
de puestos de trabajo con la liberación de horas por parte de quienes pueden
estar hoy sobre ocupados”.
2. VIDA FAMILIAR Y AFECTIVA:
La reducción de la jornada laboral a 6 horas
favorecería la cohesión familiar, respetando el derecho del niño a crecer en un
ambiente familiar con una mayor presencia de los padres en el hogar, y
permitiendo a los padres participar activamente del crecimiento de sus hijos.
Y en términos más generales, la reducción de la
jornada laboral nos permitiría a todos equilibrar nuestra vida laboral con la
afectiva, los vínculos que hacen a nuestra vida verdaderamente significativa:
pareja, familia, amigos.
3. AVANCES TECNOLÓGICOS:
Con la utilización de nuevas tecnologías
(automatización industrial, telefonía celular, digitalización, fax, Internet,
e-mail, etc.) las tareas en la mayoría de los ámbitos laborales se han
simplificado enormemente, significando una considerable reducción de tiempo y
esfuerzo para realizar tareas antes más largas y más costosas. La reducción de
la jornada laboral debería ser, a todas luces, uno de los resultados lógicos y
evidentes del avance en el desarrollo tecnológico del ser humano. Sin embargo,
esto no ha sido así. Volviendo a citar al filósofo español Antonio Fornés: “La
Revolución Industrial prometió que las máquinas irían reemplazando a los
hombres y, por consiguiente, no tendríamos que trabajar para vivir. Tres siglos
después, las máquinas han sustituido a los hombres en prácticamente todos los
trabajos manuales, pero, sin embargo, no sólo los hombres siguen trabajando
como entonces sino que: ¡Las mujeres también han tenido que ponerse a trabajar!
¿No te parece curioso que se mantenga el mismo número de horas que en 1926?
¿Puedes creer que las increíbles máquinas y la bendita Ciencia no hayan liberado
-¡ni si quiera un poquito!- en 100 años de esa esclavitud, que es el trabajo,
al hombre? ¿Cómo puede ser que los bosquimanos trabajen la mitad que nosotros
si viven en la prehistoria?”
Está claro que los avances de la tecnología
hicieron que suba la productividad de un trabajador, ¿pero quién se quedó con
la diferencia de este progreso? El empleador, por supuesto. El resultado fue
concentración de la riqueza y desocupación. ¿Por qué no se reparte el beneficio
obtenido por los avances de la tecnología? ¿Por qué en lugar de echar
trabajadores y mantener la misma cantidad de horas, no se mantuvo la cantidad
de trabajadores y se redujo la cantidad de horas?
4. ESTUDIOS Y CAPACITACIÓN:
Todo aquel que trabaje 8 o más horas diarias y
asuma el desafío de estudiar alguna carrera o curso se dará cuenta rápidamente
que el tiempo no-laboral del que dispone para eso y para el resto de sus
actividades vitales suele ser realmente insuficiente o incluso ridículo en
relación a las exigencias académicas, forzándolo a abandonar sus estudios o a
hacer sacrificios que no todos pueden asumir para poder continuar. En muchos
casos, los horarios de estudio simplemente son incompatibles con la
disponibilidad horaria laboral.
Por otro lado, de forma creciente las tareas
laborales son de índole intelectual en contacto con nuevas y sofisticadas
tecnologías. Esto trae aparejado una necesidad de mayor capacitación (cursos,
seminarios, etc.) que normalmente se suman al horario laboral. La lógica
competitiva del mercado laboral actual no permite detenerse siquiera a aquellos
que ya cuentan con un título, ya que los tiempos actuales exigen títulos y
especializaciones más allá del nivel universitario o terciario.
En definitiva, la tensión entre la necesidad de
capacitación constante con riesgos de quedar desactualizado o fuera del sistema
laboral, y a su vez la necesidad de un sustento económico (horas de trabajo
quitadas a la capacitación), traen aparejado un sujeto subyugado a serios
riesgos biológicos (enfermedades nerviosas, stress, etc.) de la vida actual. La
reducción del horario laboral facilitaría la realización de una integración
coherente entre formación y empleo.
5. SALUD:
La reducción de tiempo laboral favorece la
intensidad de trabajo, reduciendo espacios de ocio laboral que pueden generar
una carga negativa en el ambiente: necesidad de mostrarse constantemente
ocupado, stress de no tener actividades para realizar, tiempos muertos, etc.
Sumado a esto, trabajar 8 horas o más restringe
enormemente el tiempo que un ciudadano puede dedicar a actividades necesarias
para la salud física y psicológica: deportivas, de esparcimiento, meditación,
etc.
6. INCREMENTO DE LA PRODUCTIVIDAD:
En el año 2007, el Euroíndice IESE-ADECCO (EIL),
al analizar el mercado laboral de siete países europeos, arrojó un
resultado extraordinario: los países europeos con jornadas medias más cortas (Holanda,
Alemania y Bélgica) presentaron mayor productividad por hora trabajada que el
resto. Este estudio refutó la tradicional asociación de una jornada laboral más
extensa con una mayor productividad, demostrando que “existe una relación
negativa entre ambos conceptos y, al trabajar más horas, se tiende a
disminuir el aprovechamiento que se hace de cada una de ellas”. Así, se destacó
que “una mejora en la eficiencia (productividad) puede llevar a reducir la
jornada de trabajo sin que se produzca una caída en la producción.”
7. RECURSOS ENERGÉTICOS E IMPACTO AMBIENTAL:
En los numerosos entornos laborales en donde no sea
necesario incorporar dos turnos, la reducción laboral no solo intensificaría
los momentos de trabajo, sino que maximizaría los recursos energéticos,
disminuyendo significativamente el impacto ambiental.
8. HACINAMIENTO:
La posibilidad de emplear dos turnos, podría
resolver núcleos de hacinamiento laboral físico, además de abrir a nuevas
posibilidades de capacitación. Significaría, por otro lado, la posibilidad de
un uso más inteligente y eficiente del transporte público y privado en las
zonas en donde se concentra la mayor actividad, favoreciendo enormemente la
desconcentración poblacional, evitando la saturación del flujo de transporte en
micros, trenes, avenidas y autopistas en las llamadas “horas pico”, acelerando
y simplificando la movilidad de los ciudadanos, y disminuyendo a la vez el
impacto ambiental del transporte privado.
9. INVESTIGACIÓN Y DESARROLLO CREATIVO:
La investigación científica y académica, que podría
significar una mejoría sustancial no solo a nivel laboral sino también de país,
excepto en los excepcionales casos en que esté financiada, queda normalmente
relegada por la absorción laboral. Las actividades culturales artísticas
y creativas en general quedan, por su parte, también restringidas por las
limitaciones que impone el tiempo laboral. Podríamos preguntarnos, junto con el
reconocido lingüista y analista político internacional Noam Chomsky:
“¿Queremos tener una sociedad de individuos libres y creativos e
independientes, capaces de apreciar y aprender de los logros culturales del
pasado y contribuir a ellos..? ¿Queremos eso o queremos gente que aumente el
PBI? No es necesariamente lo mismo.”
Por estas razones, creemos, que es necesario
convertir este tema en una preocupación social y en una bandera colectiva, en
un reclamo que todos debemos exigir a nuestros representantes políticos. Quizás
ha llegado el momento de comenzar a pensar en una nueva cultura y orientarnos
social y políticamente hacia ella. Una cultura en donde se ponga el derecho de
todos a una vida plena por encima del derecho de unos pocos a la sistemática
explotación laboral. Una cultura en donde se trabaje para vivir, y no se viva
para trabajar.
La reducción de la jornada laboral a 6 horas sería
una excelente forma de empezar.
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una jornada laboral de 6 horas
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