Interesante reflexión sobre las comunicaciones hoy en día, como las usamos y como nos afectan...Insisto sobre este tema porque lo veo a diario, y hay que mejorarlo...
Cerca pero lejos
- Por Guillermo Jaime
Etcheverry
Nos hemos
habituado a estar junto a personas que, con disimulo o sin él, escapan de la
conversación que mantienen con nosotros sin necesidad de alejarse, les basta
con fijar su atención en algún dispositivo móvil. Con exaltada avidez buscan
los últimos mensajes o repasan noticias a cada instante como si de ellas
dependiera su vida. Más allá de la falta de cortesía que supone el demostrar de
modo rotundo el escaso interés por la presencia real del otro, nos hemos ido
transformando en avaros de la atención que le prestamos, ya que, como lo señala
Simone Weil, "la atención es la más escasa y pura forma de
generosidad." Esa dispersión de la atención, que nos lleva a ignorar al
otro, es un rasgo que caracteriza a nuestra sociedad. Hablando hace poco a los
graduados del Middlebury College en Vermont, el escritor estadounidense
Jonathan Safran Foer comentó que la tecnología actual exalta la conectividad
pero, paradojalmente, estimula el aislamiento, ya que tendemos a olvidar al
prójimo próximo.
El ejemplo al que recurre Foer es convincente:
al no poder vernos unos a otros cara a cara, el teléfono permitió mantenernos
en contacto aun estando a distancia. Los contestadores hicieron posible esa interacción
prescindiendo de la presencia de la persona junto al teléfono. La comunicación
móvil y en línea sucedió a la telefónica. Los mensajes de texto facilitaron
luego un contacto más rápido con la ventaja de la movilidad. Aunque el objetivo
de estos inventos no fue el de mejorar la comunicación cara a cara, terminaron
por convertirse en sustitutos del contacto personal, prótesis más pobres pero
aceptables.
Como demandan un menor esfuerzo,
pasamos a preferir esos sustitutos tecnológicos empobrecidos. Efectivamente,
es más fácil hacer un llamado telefónico que ver a alguien en persona. Dejar un
mensaje en el contestador es más sencillo que mantener una conversación
telefónica, ya que se puede decir lo que se quiere sin exponerse a la réplica.
Por eso, comenzamos a dejar mensajes cuando sabemos que no habrá nadie para
responder nuestro llamado. Los mensajes de correo electrónico son todavía más
convenientes porque ocultamos las inflexiones de la voz que trasuntan emoción
y, además, evitamos encontrarnos accidentalmente con el destinatario. El breve
mensaje de texto es aún más fácil porque ni siquiera requiere prolijidad en la
redacción. Cada una de estas tecnologías ha hecho posible eludir el trabajo
emocional que supone la presencia: es mucho más fácil transmitir información
que cultivar humanidad.
De este
análisis esbozado en grandes trazos, Foer concluye que al aceptar e incluso
preferir estos sustitutos disminuidos, también nosotros nos vamos convirtiendo
en pobres sustitutos de las personas que somos. Máquinas entre máquinas, al
acostumbrarnos a decir poco, nos habituamos a sentir poco. Es que si bien crece
la comunicación, en realidad lo hace con contactos o seguidores, entidades
virtuales a las que, por resignada y nostálgica extensión, llamamos amigos.
Resulta curioso que una cultura que ha desarrollado la comunicación hasta
extremos impensables, se resigne a dejar en el camino muchos de los rasgos
esenciales de nuestra humanidad que son los que contribuyeron a crear esa
cultura.
El mundo está hoy al alcance de la
mano, pero se aleja de nuestros corazones. De estos cambios culturales
profundos no es factible ni deseable regresar ya que han expandido nuestro
horizonte de posibilidades. Pero dado que esta tendencia a la proximidad
distante aumentará en el futuro, no sólo hay que celebrar lo que indudablemente
hemos ganado, sino también reflexionar sobre lo que hemos ido perdiendo al
acceder a vidas más veloces, más ubicuas que parecen ser, sin embargo, más
dispersas y superficiales. El desafío que enfrentamos es el de encontrar un
balance, un punto de equilibrio en el que asentarnos para elegir lo que mejor
nos permita meditar sobre el sentido de esas, nuestras vidas.
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