Las
fiestas, ese lugar común que nos llena de ansiedad desde el momento mismo en
que nos damos cuenta que ¡uuuhh, ya estamos en Diciembre y las fiestas aca a la
vuelta!
Y ya estamos dando la vuelta. En un par de días las
fechas tan temidas para unos y tan esperadas para otros. Como diría la nena rubiecita
de Poltergeist "yaaaaeestannnaaaaquíiiiiiiiiiiiiiii..."
Si me pongo las pilas, después de mi regreso a España,
las miraré con cariño, haré un resumen momento a momento y escribiré algo para
que este recuerdo lo pueda traer cuando quiera, solo con leerlo.
Mientras
tanto, les dejo a Hernán Casciari, que describe perfectamente estar en medio de
los recuerdos del Hemisferio Sur mientras se viven las fiestas en el Hemisferio
Norte, como siempre, no tiene desperdicio.
Un
saludo amigos, a disfrutar a pleno de estas fiestas y que la vida les sonría.
Dany
Las Fiestas del hemisferio norte - HERNAN CASCIARI
Toda mi vida he asociado la noche de reyes con un olor
y un sonido. A las madrugadas del cinco al seis de enero, como toda criatura
ansiosa, yo no las dormía sino que las soportaba en vela, conteniendo la
respiración e intentando escuchar los pasos de los camellos sobre el mosaico.
En la oscuridad de la noche, sin embargo, solamente se podía distinguir el
runrún del ventilador. Ahora ya soy grande, pero cada vez que me despierto con
el ventilador prendido, el corazón me late como si al lado de mis zapatos pudiese
haber regalos.
El olor que recuerdo con más emoción es el de los
espirales fuyí para los mosquitos. La única luz de aquellas madrugadas era la
candela encendida de esos mata-insectos inocentes, antiguos y verdes, que
soltaban un aroma a infancia y a monarquía oriental, y que me protegían de las
ronchas matinales. El ventilador y el espiral siguen siendo hoy, para mí, dos
milagros que al mezclarse me evocan la ansiedad infantil del fin de año, de las
Fiestas y de la noche de los Reyes Magos.
También recuerdo con emoción esta canción de la época,
a la que el lector argentino le pondrá música mentalmente sin esfuerzo:
Llegaron ya los reyes, eran tres,
Melchor, Gaspar, y el negro Baltasar.
Arrope y miel le llevarán
y un poncho grande de alpaca real.
Melchor, Gaspar, y el negro Baltasar.
Arrope y miel le llevarán
y un poncho grande de alpaca real.
Changos y chinitas duérmanse
que ya Melchor, Gaspar y Baltasar
todos los regalos dejarán
para jugar mañana al despertar.
que ya Melchor, Gaspar y Baltasar
todos los regalos dejarán
para jugar mañana al despertar.
Los países que tienen la desgracia de pasar diciembre
y enero entre bufandas, estornudos y calefactores, celebran las Fiestas sin
ganas, como si el festejo fuese una tortura que hay que soportar una vez cada
doce meses. Como los chequeos médicos, las declaraciones juradas y los discos
de Calamaro.
En algunas partes de España, por ejemplo en la que
vivo yo, ni siquiera existe Papá Noel. Lo que hacen es conseguir un tronco de
madera, lo tapan con una frazada y le pegan con un palo hasta que
"caga" regalos. El ser sobrenatural no viene del Polo ni tiene barba
ni es gordo ni va en trineo. El ser sobrenatural es un tronco y se llama Tió.
La canción que se canta en Cataluña mientras se apalea la Navidad es la
siguiente:
Caga tió , caga turró
d'ametlles i pinyó
i si no cagues bé,
et fotré un cop de bastó!
d'ametlles i pinyó
i si no cagues bé,
et fotré un cop de bastó!
Lo que traducido al argentino sería como cantar:
Cagá Papá Noel,
cagá turrón de miel,
y si no cagás regalos,
te cagamos bien a palos.
cagá turrón de miel,
y si no cagás regalos,
te cagamos bien a palos.
A pesar de esta tradición violenta, en las Fiestas del
hemisferio norte los petardos suenan más despacio, los parientes más iracundos
nunca llegan a las manos, los regalos de Melchor son más caros pero menos
valiosos, en las mesas no hay piononos ni mucho menos salpicón de pollo, y los
chicos se congelan como estalactitas antes de que llegue el ser sobrenatural
que corresponda a cada región y se chamusque el culo en la chimenea.
Mientras escribo esto es un jueves de diciembre, tengo
treinta y cinco años y hace frío. Sin embargo, pasé mis primeros veintinueve
diciembres con calor, en patas o en chancletas y abriendo la heladera cada dos
minutos para buscar los cubitos. Ahora hace seis diciembres consecutivos que
canto el "caga tió" al lado de una estufa, como un viejo choto o un
esquimal achanchado, y todavía no me puedo acostumbrar a este espantoso clima
español del fin de año. Ni tampoco a lo que llega después, que es todavía más
ridículo: el carnaval en invierno. Las mascaritas con campera. El rey momo
pidiendo a gritos que lo quemen.
Las películas y las series de la televisión, que casi
siempre vienen desde Norteamérica, nos acostumbraron a convivir —visualmente—
con las navidades blancas del hemisferio norte, con los gorros de lana que
usaba Michael Landon cuando le construía los trineos de madera a sus tres
hijas, con las compras de último momento en la helada Nueva York, donde el humo
aparece nítido desde las alcantarillas y las bocas de subte.
Es decir, los habitantes del cono sur entendemos con
ojos de videotape la vulgaridad que representa pasar la navidad con frío. Pero
no la podemos entender con el cuerpo. Y, lo que es lo mismo y hasta más grave,
no la podemos soportar cuando se nos acerca, blanca y radiante como la novia de
Antonio Prieto.
Lo más preocupante de las culturas frías es que no se
puede sacar la mesa al patio para ver llegar el nuevo año. Y eso genera que las
conversaciones sean tediosas, programadas y prolijitas. No sé por qué ocurre
esto, pero el español, cuando está bajo techo, tiende a construir sobremesas
sin gracia. En cambio cuando lo alumbra la luna, las estrellas y los faroles
del jardín, se da el lujo de ser más natural, de tirarse pedos sin disimulo y
de cortejar abiertamente a las cuñadas.
En España, a las doce de la noche del 31 de diciembre,
todos los televisores de todas las casas están encendidos; eso es lo que se
llama empezar mal el año. Generalmente en la tele se ven a unos personajes
conocidos, con abrigos hasta el cuello, en una plaza pública donde hay un
edificio con un reloj enorme. Cada año, el pueblo ibérico tiene por costumbre
comer una uva por cada campanada que suena en la televisión, hasta engullir
exactamente una docena en doce segundos. Esto les parece a todos muy divertido,
porque fingen atragantarse o fingen que les cuesta mucho hacerlo.
Desde las once de la noche, además, los presentadores
de la televisión le explican a la población civil que no hay que confundir los
cuartos con las campanadas. Lo explican de esta manera:
PRESENTADOR: —«Un repiqueteo intenso acompaña el
descenso de la bola; a continuación comienzan los cuatro cuartos, que no es el
momento en que ustedes se toman las uvas; e inmediatamente después, casi
simultáneo al cuarto cuarto, la primera campanada, donde sí ustedes deben
tomarse las uvas».
En Argentina nadie sabe exactamente qué programa pasa
la televisión a las doce de la noche del 31 de diciembre. Me imagino que alguna
misa, o una película donde Jesús es hermoso y tiene los ojos parecidos a Robert
Powell. La gente normal está en el patio, peleándose con los mosquitos y los
cascarudos. Yo creo que la presencia cercana de insectos nos ayuda mucho a
liberarnos de los códigos y los reglamentos. No es lo mismo conversar cuando el
animal más cercano es un locutor de televisión, que charlar mientras una
vaquita de san antonio te camina por el antebrazo.
En España, como es lógico, no hay insectos en Navidad.
Ni ventiladores, ni patios, ni artilugios ingenuos contra los mosquitos.
Tampoco suena la sirena de los bomberos a las doce en punto del nuevo año, ni
se ilumina el cielo con fuegos artificiales caseros y mortíferos, ni un vecino
saca el revólver y tira balazos al aire, ni otro vecino muere al instante por
culpa de una bala perdida, ni se cae tu suegro borracho a la pileta, ni las
mujeres se pasan la tarde cortando frutas para la ensalada, ni las amigas de tu
hermana se aparecen a la una y media para ir a bailar, semidesnudas y alegres,
ni te llama por teléfono a las doce en punto un pariente emigrado desde España,
para decirte que allí ya son las cinco de la madrugada, que todos duermen y que
en las calles desiertas hay dos grados bajo cero.
Ahora, que el pariente estúpido que llama soy yo
mismo, esas comunicaciones telefónicas me revuelven el estómago.
Es que detrás de la voz de mi madre o mi padre o mi
hermana, detrás de la conversación trivial y del cómo la están pasando, detrás
de las enhorabuenas y de los deseos recíprocos, escucho siempre esos gritos
veraniegos, los estruendos y los petardos, a los chicos que gritan o se
zambullen, las sirenas y la música de fondo. A veces, si pego bien la oreja al
auricular, también escucho mi voz, mi propia voz de los veinticinco años, mi
voz antigua allá a lo lejos, que arrastra las erres, y que está conversando con
mi cuñado al lado de la parrilla.
Bueno hombre... pero este año te la pasas de este ladito y sos vos el que está al pié d ela parrilla...¡Que lo disfrutes! abrazote
ResponderEliminar