Llegué de la montaña, muy tarde
anoche, en la madrugada. Dormí
como un angelito, dormido casi en el
momento de apoyar la cabeza en la almohada, sonriendo por un finde de montaña,
nieve, amigos y muy buena onda.
Hoy a media mañana, todavía soñando
con esas laderas nevadas empezando a despertar. Empezar a ordenar el caos, pero
no, mejor unos mates, y así, desayuno largo, frente a la compu, poniéndome al
día de lo que pasó, de mis correos, de mi gente, y así hasta la tarde. De
fondo, toda la discografía de Arcade Fire haciéndome compañía.
Entre lo que me encuentro poniéndome al
día está este texto que comparto con ustedes, que llega de la mano de una
amiga. Auténtico, fresco, hiriente, como que raspa, como que te hace pensar,
que digo, te hace pensar. Porque en más de una línea te encontras con vos
mirándote al espejo, y en el mejor de los casos, hasta te hace despertar y
todo.
Miro por la ventana, sol precioso, un
poco de hambre y cero ganas de cocinar y cero ganas de salir a picar algo por
ahí. Salen sándwiches con otros mates calentitos, pero esta vez en el balcón,
al sol, abrigado porque está fresco y la lectura que olvidé en Madrid y que
retomo con placer.
Y así, tranquilamente, se va yendo la
tarde de hoy, como se va yendo ese sol precioso en ese atardecer para alquilar
balcones, y que por suerte yo no necesito alquilar, porque ya estoy en uno.
Lunes, festivo…¿Qué más se puede pedir?
Lunes, festivo…¿Qué más se puede pedir?
Disfruten y sean buenos
No vas a querer leer esto
Te voy a recordar algo que ya sabes.
No estás bien.
No puedes estarlo.
Ni siquiera debes estarlo.
No puedes estar bien cuando tus hijos
se han ido a un país que no sabes pronunciar. Cuando inviertes diez años de tu
vida en estudiar para acabar doblando ropa. Cuando piensas que la solución es
quedarte embarazada. Cuando buscas el amor en algo que depende de la luz
eléctrica y no del sol. Cuando te frotas hasta hacerte sangre tras acostarte
con alguien. Cuando eres incapaz de generar intimidad si no hay genitales.
Cuando te desvaneces tras dar a luz. Cuando enfermas de profesión. Cuando te
lavas las manos en público. Cuando te manipulan para que te cabrees y se te
vaya toda la fuerza por la boca. Cuando esperas un mensaje, una llamada, o un
gesto que no llega. Cuando la palabra que más usas es yo. Cuando la única
palabra que usas es tú. Cuando juegas al despiste. Cuando tienes una
estrategia. Cuando lavas tu coche los domingos. Cuando te proyectas en tu
mascota porque estás solo. Cuando estás con alguien que sabes que no. Cuando
hablas del otro sin saber. Cuando sabes del otro por hablar. Cuando finges que
te importa. Cuando te importa, y entonces finges que no. Cuando no sabes decir
que no. Cuando no te sale decir nunca que sí. Cuando tienes que resetear todos
los días y decirte a ti mismo que, venga, que hoy empieza todo y vuelves a
hacer exactamente lo mismo.
No puedes estar bien cuando no sabes
nada de ti mismo, aunque pienses que sí.
Venga, otro chupito, otro bocado,
otro like, otro polvo, otro match, otro capítulo, otro tirito, otro selfie,
otro corte de pelo, otro propósito, otros zapatos, otro cigarro, otro curso,
otro vómito, otro viaje, otro libro, otro cafecito.
Venga, otro, para no pensar en
nosotros.
Soplaré y soplaré y tu casita
derribaré.
No me ha dado tiempo de hacerme la
casita. Ay. Espera, por favor, ahora me pongo, mañana me pongo, el lunes me
pongo, espera, no soples, por favor, que tengo frío y no he pensado.
Y no he pensado.
No se trata de pesimismo, ni de
negatividad, ni de amargura.
Puedes dejar de seguirme, si quieres.
Y también puedes seguir a Paulo
Coelho, si quieres.
Solo trato de hacer tangible cierta
clase de oscuridad.
Con una llama.
Del mismo modo que mi sangre debe
imaginarme a mí, soy capaz de vernos circulando por el planeta, como sombras,
cruzándonos sin mirarnos, sin abrazarnos a cada instante por coincidir y
palpitar, desaprovechando la oportunidad, la casualidad, acostumbrándonos a
este jodido milagro, presuponiendo que habrá otro momento, otro mañana, otro
después, otro amor, otro, tal vez otro.
Si solo hablas de lo que haces te
conviertes en una sombra.
Si no escuchas al otro, lo acabas
convirtiendo en una sombra.
Pero toda sombra necesita de un
cuerpo para existir.
¿Dónde están entonces nuestros
cuerpos?
A salvo. Fuera del planeta. Flotando
en el útero cósmico. Por miedo a que se nos estropeen, a que los hieran, a que
se nos arruguen, nos los manchen, nos los corrompan, nos los roben.
Sí, guardamos los cuerpos.
Y nos ponemos las sombras.
Eso es mezquino y el planeta lo sabe
y se vacuna contra las sombras de la humanidad.
Cada desastre natural, cada crisis,
cada guerra, es una nueva vacuna.
Podemos hacernos inmunes, pero para
eso necesitamos nuestros cuerpos, para poder luchar.
No estás bien, pero podemos hacerlo
mejor.
Encendiendo la luz para que la sombra
desaparezca.
Habitándonos de nuevo.
No te prometo que vaya a funcionar.
Lo que sí te aseguro es que recibirás
un beso en la frente cuando termines.
Día 2.
Venga, valientes.
Es hora de despertar.
De regresar.
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