Las
fiestas, ese lugar común que nos llena de ansiedad desde el momento mismo en
que nos damos cuenta que ¡uuuhh, ya estamos en Diciembre y las fiestas aca a la
vuelta!
Y ya estamos dando la vuelta. En un par de días las
fechas tan temidas para unos y tan esperadas para otros. Como diría la nena rubiecita
de Poltergeist "yaaaaeestannnaaaaquíiiiiiiiiiiiiiii..."
Si me pongo las pilas, después de mi regreso a España,
las miraré con cariño, haré un resumen momento a momento y escribiré algo para
que este recuerdo lo pueda traer cuando quiera, solo con leerlo.
Mientras
tanto, les dejo a Hernán Casciari, que describe perfectamente estar en medio de
los recuerdos del Hemisferio Sur mientras se viven las fiestas en el Hemisferio
Norte, como siempre, no tiene desperdicio.
Un
saludo amigos, a disfrutar a pleno de estas fiestas y que la vida les sonría.
Dany
Las Fiestas del hemisferio norte - HERNAN CASCIARI
Toda mi vida he asociado la noche de reyes con un olor
y un sonido. A las madrugadas del cinco al seis de enero, como toda criatura
ansiosa, yo no las dormía sino que las soportaba en vela, conteniendo la
respiración e intentando escuchar los pasos de los camellos sobre el mosaico.
En la oscuridad de la noche, sin embargo, solamente se podía distinguir el
runrún del ventilador. Ahora ya soy grande, pero cada vez que me despierto con
el ventilador prendido, el corazón me late como si al lado de mis zapatos pudiese
haber regalos.
El olor que recuerdo con más emoción es el de los
espirales fuyí para los mosquitos. La única luz de aquellas madrugadas era la
candela encendida de esos mata-insectos inocentes, antiguos y verdes, que
soltaban un aroma a infancia y a monarquía oriental, y que me protegían de las
ronchas matinales. El ventilador y el espiral siguen siendo hoy, para mí, dos
milagros que al mezclarse me evocan la ansiedad infantil del fin de año, de las
Fiestas y de la noche de los Reyes Magos.
También recuerdo con emoción esta canción de la época,
a la que el lector argentino le pondrá música mentalmente sin esfuerzo:
Llegaron ya los reyes, eran tres,
Melchor, Gaspar, y el negro Baltasar.
Arrope y miel le llevarán
y un poncho grande de alpaca real.
Changos y chinitas duérmanse
que ya Melchor, Gaspar y Baltasar
todos los regalos dejarán
para jugar mañana al despertar.
Los países que tienen la desgracia de pasar diciembre
y enero entre bufandas, estornudos y calefactores, celebran las Fiestas sin
ganas, como si el festejo fuese una tortura que hay que soportar una vez cada
doce meses. Como los chequeos médicos, las declaraciones juradas y los discos
de Calamaro.
En algunas partes de España, por ejemplo en la que
vivo yo, ni siquiera existe Papá Noel. Lo que hacen es conseguir un tronco de
madera, lo tapan con una frazada y le pegan con un palo hasta que
"caga" regalos. El ser sobrenatural no viene del Polo ni tiene barba
ni es gordo ni va en trineo. El ser sobrenatural es un tronco y se llama Tió.
La canción que se canta en Cataluña mientras se apalea la Navidad es la
siguiente:
Caga tió , caga turró
d'ametlles i pinyó
i si no cagues bé,
et fotré un cop de bastó!
Lo que traducido al argentino sería como cantar:
Cagá Papá Noel,
cagá turrón de miel,
y si no cagás regalos,
te cagamos bien a palos.
A pesar de esta tradición violenta, en las Fiestas del
hemisferio norte los petardos suenan más despacio, los parientes más iracundos
nunca llegan a las manos, los regalos de Melchor son más caros pero menos
valiosos, en las mesas no hay piononos ni mucho menos salpicón de pollo, y los
chicos se congelan como estalactitas antes de que llegue el ser sobrenatural
que corresponda a cada región y se chamusque el culo en la chimenea.
Mientras escribo esto es un jueves de diciembre, tengo
treinta y cinco años y hace frío. Sin embargo, pasé mis primeros veintinueve
diciembres con calor, en patas o en chancletas y abriendo la heladera cada dos
minutos para buscar los cubitos. Ahora hace seis diciembres consecutivos que
canto el "caga tió" al lado de una estufa, como un viejo choto o un
esquimal achanchado, y todavía no me puedo acostumbrar a este espantoso clima
español del fin de año. Ni tampoco a lo que llega después, que es todavía más
ridículo: el carnaval en invierno. Las mascaritas con campera. El rey momo
pidiendo a gritos que lo quemen.
Las películas y las series de la televisión, que casi
siempre vienen desde Norteamérica, nos acostumbraron a convivir —visualmente—
con las navidades blancas del hemisferio norte, con los gorros de lana que
usaba Michael Landon cuando le construía los trineos de madera a sus tres
hijas, con las compras de último momento en la helada Nueva York, donde el humo
aparece nítido desde las alcantarillas y las bocas de subte.
Es decir, los habitantes del cono sur entendemos con
ojos de videotape la vulgaridad que representa pasar la navidad con frío. Pero
no la podemos entender con el cuerpo. Y, lo que es lo mismo y hasta más grave,
no la podemos soportar cuando se nos acerca, blanca y radiante como la novia de
Antonio Prieto.
Lo más preocupante de las culturas frías es que no se
puede sacar la mesa al patio para ver llegar el nuevo año. Y eso genera que las
conversaciones sean tediosas, programadas y prolijitas. No sé por qué ocurre
esto, pero el español, cuando está bajo techo, tiende a construir sobremesas
sin gracia. En cambio cuando lo alumbra la luna, las estrellas y los faroles
del jardín, se da el lujo de ser más natural, de tirarse pedos sin disimulo y
de cortejar abiertamente a las cuñadas.
En España, a las doce de la noche del 31 de diciembre,
todos los televisores de todas las casas están encendidos; eso es lo que se
llama empezar mal el año. Generalmente en la tele se ven a unos personajes
conocidos, con abrigos hasta el cuello, en una plaza pública donde hay un
edificio con un reloj enorme. Cada año, el pueblo ibérico tiene por costumbre
comer una uva por cada campanada que suena en la televisión, hasta engullir
exactamente una docena en doce segundos. Esto les parece a todos muy divertido,
porque fingen atragantarse o fingen que les cuesta mucho hacerlo.
Desde las once de la noche, además, los presentadores
de la televisión le explican a la población civil que no hay que confundir los
cuartos con las campanadas. Lo explican de esta manera:
PRESENTADOR: —«Un repiqueteo intenso acompaña el
descenso de la bola; a continuación comienzan los cuatro cuartos, que no es el
momento en que ustedes se toman las uvas; e inmediatamente después, casi
simultáneo al cuarto cuarto, la primera campanada, donde sí ustedes deben
tomarse las uvas».
En Argentina nadie sabe exactamente qué programa pasa
la televisión a las doce de la noche del 31 de diciembre. Me imagino que alguna
misa, o una película donde Jesús es hermoso y tiene los ojos parecidos a Robert
Powell. La gente normal está en el patio, peleándose con los mosquitos y los
cascarudos. Yo creo que la presencia cercana de insectos nos ayuda mucho a
liberarnos de los códigos y los reglamentos. No es lo mismo conversar cuando el
animal más cercano es un locutor de televisión, que charlar mientras una
vaquita de san antonio te camina por el antebrazo.
En España, como es lógico, no hay insectos en Navidad.
Ni ventiladores, ni patios, ni artilugios ingenuos contra los mosquitos.
Tampoco suena la sirena de los bomberos a las doce en punto del nuevo año, ni
se ilumina el cielo con fuegos artificiales caseros y mortíferos, ni un vecino
saca el revólver y tira balazos al aire, ni otro vecino muere al instante por
culpa de una bala perdida, ni se cae tu suegro borracho a la pileta, ni las
mujeres se pasan la tarde cortando frutas para la ensalada, ni las amigas de tu
hermana se aparecen a la una y media para ir a bailar, semidesnudas y alegres,
ni te llama por teléfono a las doce en punto un pariente emigrado desde España,
para decirte que allí ya son las cinco de la madrugada, que todos duermen y que
en las calles desiertas hay dos grados bajo cero.
Ahora, que el pariente estúpido que llama soy yo
mismo, esas comunicaciones telefónicas me revuelven el estómago.
Es que detrás de la voz de mi madre o mi padre o mi
hermana, detrás de la conversación trivial y del cómo la están pasando, detrás
de las enhorabuenas y de los deseos recíprocos, escucho siempre esos gritos
veraniegos, los estruendos y los petardos, a los chicos que gritan o se
zambullen, las sirenas y la música de fondo. A veces, si pego bien la oreja al
auricular, también escucho mi voz, mi propia voz de los veinticinco años, mi
voz antigua allá a lo lejos, que arrastra las erres, y que está conversando con
mi cuñado al lado de la parrilla.
Después de ver el vídeo que compartí con ustedes, "La indefensión aprendida", me puse a investigar un poco sobre este tema, y aquí les comparto algo genial que vale la pena leer. Sigo buscando, y espero vuestras opiniones.
¡Buena semana!
las 10
principales estrategias de manipulación mediática según noam chomsky
El lingüista estadounidense Noam
Chomsky enumera diez recursos utilizados por los medios para manipular la
opinión pública a favor de diversas agendas corporativas o gubernamentales.
El reconocido
y siempre crítico lingüista del MIT, Noam Chomsky, una de las voces más
respetadas y consolidadas de la disidencia intelectual durante la última
década, ha compilado una lista con las diez estrategias más comunes y efectivas
que siguen las agendas “ocultas” para manipular al público a través de los
medios de comunicación.
Históricamente
los medios masivos han probado ser altamente eficientes para moldear la opinión
general. Gracias a la parafernalia mediática y a la propaganda se han creado o
destrozado movimientos sociales, justificado guerras, matizados crisis
financieras, incentivado unas corrientes ideológicas sobre otras e incluso se
da el fenómeno de los medios como productores de realidad dentro de la psique
colectiva.
¿Pero cómo detectar las estrategias
más comunes para entender estas herramientas psicosociales de las cuales,
seguramente, somos partícipes? Por fortuna Chomsky se ha dado a la tarea de sintetizar
y poner en evidencia estas prácticas, algunas más obvias y otras más
sofisticadas, pero aparentemente todas igual de efectivas y, desde un cierto
punto de vista, denigrantes. Incentivar la estupidez, promover el sentimiento
de culpa, fomentar la distracción o construir problemáticas artificiales para
luego, mágicamente, resolverlas, son sólo algunas de estas tácticas.
1- La estrategia
de la distracción.
El elemento
primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste
en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los
cambios decididos por las élites políticas y económicas, mediante la técnica
del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones
insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable
para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales en el área
de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética.
“Mantener la atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas
sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público
ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a la granja
con los otros animales (cita del texto Armas silenciosas para guerras
tranquilas)”.
2- Crear
problemas, después ofrecer soluciones.
Este método
también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una
“situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que
éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo:
dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana o planear y
ejecutar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de
leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear
una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de
los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.
3- La estrategia de la gradualidad.
Para hacer que
se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas,
por años consecutivos. De esa manera condiciones socioeconómicas radicalmente
nuevas (como el neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y
1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en
masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que
hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.
4- La estrategia
de diferir
Otra manera de
hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y
necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una
aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio
inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego,
porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente
que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado.
Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de
aceptarla con resignación cuando llegue el momento.
5-
Dirigirse al público como criaturas de poca edad.
La mayoría de
la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes
y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad,
como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental.
Cuanto más se pretenda engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono
infantilizante. ¿Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese
la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad,
tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también
desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de
edad (ver Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.
6- Utilizar el
aspecto emocional mucho más que la reflexión.
Hacer uso del
aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el
análisis racional y por ende al sentido crítico de los individuos. Por otra
parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso
al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores,
compulsiones o inducir comportamientos.
7- Mantener
al público en la ignorancia y la mediocridad.
Hacer que el
público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para
su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases
sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que el
nivel de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases
sociales superiores sea y permanezca imposible de alcanzar para las clases
inferiores” (ver Armas silenciosas para guerras tranquilas).
8- Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad.
Promover en el
público la idea de que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto.
9- Reforzar la
autoculpabilidad.
Hacer creer al
individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de
la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades o de sus esfuerzos.
Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se
autoinvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos
es la inhibición de su acción. ¡Y, sin acción, no hay revolución!
10- Conocer
a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.
En el
transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han
generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos
poseídos y utilizados por las élites dominantes. Gracias a la biología, la
neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un
conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente.
El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se
conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema
ejerce un control mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el que
los individuos tienen y ejercen sobre sí mismos.
Hola gente linda,
Interesante reflexión sobre las comunicaciones hoy en día, como las usamos y como nos afectan...Insisto sobre este tema porque lo veo a diario, y hay que mejorarlo...
Nos hemos
habituado a estar junto a personas que, con disimulo o sin él, escapan de la
conversación que mantienen con nosotros sin necesidad de alejarse, les basta
con fijar su atención en algún dispositivo móvil. Con exaltada avidez buscan
los últimos mensajes o repasan noticias a cada instante como si de ellas
dependiera su vida. Más allá de la falta de cortesía que supone el demostrar de
modo rotundo el escaso interés por la presencia real del otro, nos hemos ido
transformando en avaros de la atención que le prestamos, ya que, como lo señala
Simone Weil, "la atención es la más escasa y pura forma de
generosidad." Esa dispersión de la atención, que nos lleva a ignorar al
otro, es un rasgo que caracteriza a nuestra sociedad. Hablando hace poco a los
graduados del Middlebury College en Vermont, el escritor estadounidense
Jonathan Safran Foer comentó que la tecnología actual exalta la conectividad
pero, paradojalmente, estimula el aislamiento, ya que tendemos a olvidar al
prójimo próximo.
El ejemplo al que recurre Foer es convincente:
al no poder vernos unos a otros cara a cara, el teléfono permitió mantenernos
en contacto aun estando a distancia. Los contestadores hicieron posible esa interacción
prescindiendo de la presencia de la persona junto al teléfono. La comunicación
móvil y en línea sucedió a la telefónica. Los mensajes de texto facilitaron
luego un contacto más rápido con la ventaja de la movilidad. Aunque el objetivo
de estos inventos no fue el de mejorar la comunicación cara a cara, terminaron
por convertirse en sustitutos del contacto personal, prótesis más pobres pero
aceptables.
Como demandan un menor esfuerzo,
pasamos a preferir esos sustitutos tecnológicos empobrecidos. Efectivamente,
es más fácil hacer un llamado telefónico que ver a alguien en persona. Dejar un
mensaje en el contestador es más sencillo que mantener una conversación
telefónica, ya que se puede decir lo que se quiere sin exponerse a la réplica.
Por eso, comenzamos a dejar mensajes cuando sabemos que no habrá nadie para
responder nuestro llamado. Los mensajes de correo electrónico son todavía más
convenientes porque ocultamos las inflexiones de la voz que trasuntan emoción
y, además, evitamos encontrarnos accidentalmente con el destinatario. El breve
mensaje de texto es aún más fácil porque ni siquiera requiere prolijidad en la
redacción. Cada una de estas tecnologías ha hecho posible eludir el trabajo
emocional que supone la presencia: es mucho más fácil transmitir información
que cultivar humanidad.
De este
análisis esbozado en grandes trazos, Foer concluye que al aceptar e incluso
preferir estos sustitutos disminuidos, también nosotros nos vamos convirtiendo
en pobres sustitutos de las personas que somos. Máquinas entre máquinas, al
acostumbrarnos a decir poco, nos habituamos a sentir poco. Es que si bien crece
la comunicación, en realidad lo hace con contactos o seguidores, entidades
virtuales a las que, por resignada y nostálgica extensión, llamamos amigos.
Resulta curioso que una cultura que ha desarrollado la comunicación hasta
extremos impensables, se resigne a dejar en el camino muchos de los rasgos
esenciales de nuestra humanidad que son los que contribuyeron a crear esa
cultura.
El mundo está hoy al alcance de la
mano, pero se aleja de nuestros corazones. De estos cambios culturales
profundos no es factible ni deseable regresar ya que han expandido nuestro
horizonte de posibilidades. Pero dado que esta tendencia a la proximidad
distante aumentará en el futuro, no sólo hay que celebrar lo que indudablemente
hemos ganado, sino también reflexionar sobre lo que hemos ido perdiendo al
acceder a vidas más veloces, más ubicuas que parecen ser, sin embargo, más
dispersas y superficiales. El desafío que enfrentamos es el de encontrar un
balance, un punto de equilibrio en el que asentarnos para elegir lo que mejor
nos permita meditar sobre el sentido de esas, nuestras vidas.
Ayer por la noche, en el bar de mi amigo, en una charla de colegas después de la victoria del Madrid, salió el tema del español medio y su particular forma de ver las cosas en cuanto a que "se está conmigo o contra mí", y claro, me acordé de esta magistral nota que leí no hace mucho de Arturo Pérez Reverte. La busqué y aquí la comparto con ustedes para hacerlos parte de esa peculiar charla de bar...pasen y pónganse cómodos
Reconocer un
mérito al adversario es para nosotros impensable. Porque se trata exactamente
de eso: bandos, sectas viscerales heredadas, asumidas sin análisis
Un lector me
preguntó el otro día por mi escepticismo político: mi falta de fe en el futuro
y mi desapego de esta casta parásita que nos gobierna, sólo comparable a la
desconfianza que siento hacia nosotros los gobernados: sin víctimas fáciles no
hay verdugos impunes. Siempre sostuve, porque así me lo dijeron de niño, que
los únicos antídotos contra la estupidez y la barbarie son la educación y la
cultura. Que, incluso con urnas, nunca hay democracia sin votantes cultos y
lúcidos. Y que los pueblos analfabetos nunca serán libres, pues su ignorancia y
su abulia política los convierten en borregos propicios a cualquier esquilador
astuto, a cualquier lobo hambriento, a cualquier manipulador malvado. También
en torpes animales peligrosos para sí mismos. En lamentables suicidas sociales.
Hace tiempo que escribo en esta
página. También, en
los últimos dos años, Twitter me ha permitido acercarme a lo más caliente de
nuestro modo de respirar. Y no puedo decir que sea confortable. Inquieta el
lugar en que una parte de los lectores españoles se sitúan: lo airado de sus
reacciones, el odio sectario, la violenta simpleza -rara vez hay argumentos
serios- que a menudo llegan a un desolador extremo de estolidez, cuando no de
infamia y vileza. Cualquier asunto polémico se transforma en el acto, no en
debate razonado, sino en un pugilato visceral del que está ausente, no ya el
rigor, sino el más elemental sentido común.
Destaca, significativa, la necesidad
de encasillar. Si usted opina, por ejemplo, que a Manuel Azaña se le fue la República de
las manos, no encontrará criterios serenos que comenten por qué se le fue o no
se le fue, sino airadas reacciones que, tras mencionar el burdo lugar común de
Hitler y Mussolini, acusarán al opinante de profranquista y antidemócrata. Y
si, por poner otro ejemplo, menciona el papel que la Iglesia Católica tuvo en
la represión de las libertades durante los últimos tres siglos de la historia
de España, abundarán las voces calificándolo en el acto de anticatólico y
progre de salón. Pondré un ejemplo personal: una vez, al ser interrogado sobre
mi ideología, respondí que yo no tengo ideología porque tengo biblioteca. No
pueden ustedes imaginar cómo llovieron, en el acto, las violentas acusaciones
de que escurría el bulto "y no me mojaba". Y es que en España parece
inconcebible que alguien no milite en algo y, en consecuencia, no odie cuanto
quede fuera del territorio delimitado por ese algo. Reconocer un mérito al
adversario es para nosotros impensable, como aceptar una crítica hacia algo
propio. Porque se trata exactamente de eso: adversarios, bandos, sectas
viscerales heredadas, asumidas sin análisis. Odios irreconciliables. Toda
discrepancia te sitúa directamente en el bando enemigo. Sobre todo en materia
de nacionalismos, religión o política, lo que no toleramos es la crítica, ni la
independencia intelectual. O estás conmigo, o contra mí. O eres de mi gente -y
mi gente es siempre la misma, como mi club de fútbol- o eres cómplice de la
etiqueta que yo te ponga. Y cuanto digas queda automáticamente descalificado
porque es agresión. Provocación. Crimen.
Qué fácil resulta entender, así, nuestra despiadada
Guerra Civil. Si ahora no se dan delaciones y paseos por las
cunetas, es sencillamente porque ya no se puede. Pero las ganas, el impulso,
siguen ahí. Me pregunto muchas veces de dónde viene esa vileza, esa ansia de
ver al adversario no vencido o convencido, sino exterminado. La falta de
cultura no basta para explicarlo, pues otros pueblos tan incultos y maleducados
como nosotros se respetan a sí mismos. Quizá esa Historia que casi nadie enseña
en los colegios pueda explicarlo: ocho siglos de moros y cristianos, el peso de
la Inquisición con sus delaciones y envidias, la infame calidad moral de reyes
y gobernantes. Pero no estoy seguro. Esa saña que lo mismo se manifiesta en una
discusión política que entre cuñados y hermanos en una cena de Navidad es tan
española, tan nuestra, que me pregunto quién nos metió en la sangre su cochina
simiente. Desde ese punto de vista, el español es por naturaleza un perfecto
hijo de puta. Por eso necesitamos tanto lo que no tenemos: gobernantes lúcidos,
sabios sin complejos que hablen a los españoles mirándonos a los ojos, sin
mentir sobre nuestra naturaleza y asumiendo el coste político que eso
significa. Dispuestos a decir: "Preparemos al niño español para que se
defienda de sí mismo. Eduquémoslo para que conviva con el hijo de puta que siglos
de reyes, obispos, mediocridad, envidia, corrupción, violencia, injusticia, le
metieron dentro".
El matrimonio, tema interesante en esta época en la que vivimos. Tema que me toca de cerca y que a más de uno que seguramente leerá esto le tocará. Espero que sea productivo y eche luz sobre un tema más que conflictivo en estos tiempos que corren...nunca mejor dicho...corrennnnn :)
El matrimonio
En un seminario en el que yo hablaba sobre el
concepto de proactividad, un hombre dijo: "Stephen, me gusta lo que dice.
Pero las cosas son diferentes en la realidad. Por ejemplo, estoy realmente
preocupado por mi matrimonio . A mi esposa y a mí ya no nos unen los viejos
sentimientos. Supongo que ya no la amo, y que ella ya no me ama a mí ¿Qué puedo
hacer?".
-¿Ya no sienten nada el uno por el otro?-pregunté.
-Así es. Y tenemos tres hijos ¿Usted qué sugiere?
-Ámela -le contesté.
-Pero le digo que ese sentimiento ya no existe entre nosotros.
-Ámela.
-No entiende?. El amor ha desaparecido.
-Entonces ámela. Si el sentimiento ha desaparecido, ésa es una buena razón para
amarla.
-Pero, ¿cómo amar cuando uno no ama?
-Amar, querido amigo, es un verbo. El amor, el sentimiento, es fruto del verbo
amar, la acción. De modo que ámela. Sírvala! Sacrifíquese por ella! Escúchela!
Comparta sus sentimientos! Apréciela! Apóyela!
¿Estaría dispuesto a hacerlo?
Stephen Covey
Muchas veces
escucho que la explicación que dan las personas que se divorcian, después de
muchos años de matrimonio, es que crecieron en forma despareja y la separación
pareciera que fue la única solución que encontraron.
¿Te pusiste a pensar qué es crecer en forma despareja?
Yo me lo imagino como un proceso lento y negado que pasa de la excitación que
existe al principio de la relación, a la rutina, aburrimiento y desconocimiento
de las necesidades de cada uno.
"El matrimonio puede ser
una puerta al cielo
o al infierno"
Al principio
dedicamos tiempo para estar juntos y conocernos. Hay energía y descubrimiento
en la relación y toneladas de tiempo compartido para conocerse.
Después vienen los hijos, comprar la casa, cambiar el auto, el trabajo que pueda
soportar todo esto, el colegio de los chicos, la universidad, la vida social,
los intereses personales . Redecorar la casa o comprar una para el fin de
semana, las vacaciones . En fin todas cosas positivas pero que nos presionan y
nos distraen de tu nuestro primero y mas importante objetivo para sostener todo
lo que estamos construyendo: EL AMOR.
"La garantía del matrimonio
vive en garantizar tiempo compartido,
comunicación permanente y
priorizar la familia frente a
cualquier otro interés que aparezca."
Y asi a medida
que pasan los años las personas tienen mas cosas en las que ocupar su tiempo y
su energía y la relación de pareja pasa a ser un espacio de obviedad que
creemos que va a durar para siempre hasta que en un momento determinado nos damos
cuenta que somos dos desconocidos que vivimos juntos y que crecimos en forma
despareja. Y lo peor es que no lo vemos venir ya que todo este proceso ocurre
en un espacio de obviedad que nos resulta transparente hasta que algo lo hace
explotar y se torna evidente.
¿Qué fue lo que un día los hizo elegirse?
Se gustaban, se divertían juntos, compartían intereses, en encontraban desde lo
físico y también desde lo espiritual.
Al principio esto se da sin esfuerzo, naturalmente pero a medida que los años
pasan y tenemos tantas cosas que nos distraen necesitamos hacer un esfuerzo
especial para que todo eso siga pasando en nuestras vidas.
Porque sino priorizas tu relación, la monitoreas constantemente, la nutres a
diario, le dedicas tiempo y energía: la tendencia es que cada vez sea memos
importante y un día te des cuenta que dejó de existir.
"El amor es ciego,
pero el matrimonio te abre los ojos”
Considero que
las parejas que crecen desparejas fallan en poner el suficiente cuidado, tiempo
y energía en crecer parejo.
Apaga el televisor, cierra tu computadora, silencia tu celular y piensa qué fue
lo que los unió hace tantos años?
¿Qué fue lo que los enamoró?
¿Qué hacían en ese momento?
¿Qué compartían y disfrutaban haciendo juntos?
Reserva para esta noche una mesa en un restaurante y mientras compartes una
copa de vino, busca conocer como ha cambiado con los años esa persona que
tienes enfrente.
¿Cuáles son sus nuevos intereses? Busca descubrirla nuevamente y amarla
por quien es y por quien se ha convertido.
Amarla y reconocerla por todo lo que han construido juntos.
Recuerda que el amor es lo que aparece cuando ejecutas el verbo amar.
"Un matrimonio
excepcional no se da
cuando se casa una "pareja perfecta",
se da cuando una pareja imperfecta
aprende a disfrutar de sus diferencias y en lugar de seguir mirándose el uno al
otro
aprenden a mirar en la misma dirección".
Una vez te casarás
y mil veces a lo largo del matrimonio
necesitarás volverte a casar
recreando todo lo que la primera vez te hizo decir:
SI QUIERO
Existe una profunda conexión entre la paz y la felicidad. Si no soy feliz, no
puedo ser realmente pacífico. La cara revela la felicidad del alma. La
felicidad no es algo que pueda permanecer escondido. La cara revela los sentimientos
y las intenciones. Sea que hablemos o no, hay aspectos nuestros que hablan por
sí mismos y uno de ellos es la expresión de la cara. Cuando hablamos, el
corazón y la mente hablan junto con la boca.
La felicidad espiritual es felicidad ilimitada. Tanto como damos, recibimos
incluso más. Nadie puede reducir mi felicidad porque proviene de una fuente
imperecedera. Podemos tomar tanta felicidad como queramos del océano de la
felicidad. Tomando espiritualidad de la fuente eterna nos convertiremos en un
donador de felicidad.
Así que tenemos que centrar la atención en permanecer felices y dar felicidad.
Conscientes de que ésta es felicidad espiritual e ilimitada. En esta
consciencia elevada, incluso si alguien nos dice algo ofensivo o nos critica,
no nos afectará. Permanecer en esta consciencia nos capacitará a permanecer
contentos. Entonces no necesitaremos que las situaciones o las personas nos
satisfagan temporalmente a fin de que podamos sentirnos contentos. En lugar de
eso, permaneceremos en un estado de paz constante llena de satisfacción. Nadie
se tendrá que preocupar de mí.
Incluso si cometí un error ayer, es el error de ayer así que tengo que
olvidarlo y avanzar. Convertirlo en un peldaño para ascender en mi estado
interior. Recordar las cosas del pasado es un gran error. Una consciencia
elevada es pensar que estamos en una peregrinación hacia nuestro destino
espiritual y he de mantener enfrente la meta y objetivo, el estado de
perfección y liberación espiritual.
Cuando el alma pone esta profunda atención en crear este estado de felicidad
constante y natural, recibe mucha ayuda sutil. Ahora es el tiempo para
permanecer en profunda paz y felicidad y a la vez, es la necesidad del momento,
lo que el mundo más necesita. El ser necesita disfrutar de estos tesoros y el
mundo necesita que los compartamos con generosidad.
"Las mujeres pueden cambiar el
mundo en las próximas décadas"
ENTREVISTA A JEAN SHINODA BOLEN
Todo lo que ha aprendido lo ha explicado en sus
más de treinta libros. En El millonésimo círculo nos propone que formemos
círculos de mujeres. “Un círculo digno de confianza tiene un centro espiritual,
un respeto hacia los límites y una poderosa capacidad de transformar a las
mujeres que lo constituyen.” Pero llega más lejos cuando dice que los círculos
de mujeres pueden acelerar el cambio de la humanidad. Está convencida de que la
era patriarcal toca a su fin.
Jean Shinoda Bolen tiene 68 años. Es de familia
japonesa y nació y vive en Los Ángeles. Doctora en Medicina, analista junguiana
y profesora de Psiquiatría en la Universidad de California, está divorciada y
tiene dos hijos. Cree que Iraq es Vietnam repetido una y otra vez, y que es una
pena que tengamos que aprender a través de tanto sufrimiento. Dice que la
espiritualidad une y las religiones dividen.
-¿Quejarse es perder el tiempo?
-¿Claro!
-Hay mucho que aprender...
-Por eso a mi me interesan las mujeres maduras,
con humor y activas. A partir de los 40 años empieza lo mejor si eres capaz de
darte cuenta de la cantidad de cualidades potenciales que hay dentro de ti.
Entonces te entran ganas de convertirte en bruja.
-No se yo...
-Se lo diré de otra manera: una bruja es una
persona con poder personal.
-Eso me gusta.
-Las brujas sabias dicen la verdad con compasión,
y no comulgan con lo que o les gusta, pero no tienen la rabia de las mujeres
más jóvenes. Algunos hombres excepcionales pueden llegar a ser brujas, los que
tienen compasión, sabiduría, humor y no están supeditados al poder.
-¿Algo más?
-Sí. Las brujas sabias son capaces de mirar hacia
atrás sin rencor ni dolor; son atrevidas, confían en los presentimientos,
meditan a su manera, defienden con firmeza lo que más les importa, deciden su
camino con el corazón, escuchan su cuerpo, improvisan, ni imploran, ríen, y
tienen los pulgares verdes.
-¡...!
-Quiero decir que tienen mano con las plantas. Y
también con los animales. Primero aprenden a amar lo que hacen, luego alientan
a otros al crecimiento. Saben reconocer lo frágil y lo que tiene valor, y
también lo que debe ser podado.
-¿Hay que esperar a la vejez para ello?
-Cuanta más edad, más camino aprendido. La
observación compasiva de la vida de los demás te enseña mucho, y las mujeres
sabias se pasan mucho tiempo observando. Algunas mujeres, muy pocas, son sabias
a partir de los 30 o 35 años; esas a los 60 son increíbles.
-¿Qué nos quiere transmitir?
-Que las mujeres tienen la oportunidad de cambiar
el mundo en las próximas décadas. Pero que si no lo hacen ya, probablemente ya
no lo harán.
-¿Por qué dice eso?
-Tras el extremo feminismo de los 70, ahora el
péndulo se haya en el centro por eso tenemos que aprovechar este momento. Las
mujeres que se lo permiten pueden hoy llegar al equilibrio, a ser completas,
fuertes y vulnerables al mismo tiempo.
-¿Un camino colectivo?
-Por supuesto. No tengo la menor duda de que un
pequeño grupo comprometido puede cambiar el mundo. En realidad, así ha sido
hasta ahora.
-¿Y cuál es el secreto para lograrlo?
-El millonésimo círculo. Yo aliento a las mujeres
a formar círculos que tengan un componente espiritual. Simplemente escuchando
los problemas, anhelos y miedos de otras mujeres y contando los tuyos,
adquieres fuerza.
-Perdone, pero por qué en un círculo.
-Cuando uno está sentado en círculo y en silencio
se da cuenta de que hay una conexión espiritual con poder transformador. Yo
pertenezco a uno desde hace 18 años: encendemos una vela, guardamos silencio,
contamos lo que nos preocupa, debatimos, y juntamos nuestras energías con un
propósito.
-¿Convocan el poder interior?
-Interior y exterior. La espiritualidad, la física
cuántica y el budismo dicen lo mismo: Todo y todos estamos interconectados y
por tanto lo que cada uno haga influye en el mundo. Los círculos de mujeres
transforman el mundo a través de la activación del campo mórfico de la teoría
de Rupert Sheldrake.
-¿El centésimo mono?
-Sí, este biólogo desarrolló la hipótesis de que
cuando una masa crítica de monos llega a un determinado conocimiento, este se
transmite de forma intuitiva e instantánea a todos los miembros de su especie.
Del mismo modo, un número crítico de círculos de mujeres puede activar las
cualidades femeninas tan necesarias para que el mundo cambie.
-¿Porqué no círculos mixtos?
-Entre mujeres hay una conexión natural. Algunos
estudios evidencian que cuando una mujer que sufre estrés habla con otra mujer,
ambas liberan la hormona de la maternidad que provoca que el estrés descienda.
-Curioso.
-Si las mujeres estuvieran implicadas en los
procesos de paz, todo sería más fácil, ¡pero si los que la negocian son machos
alfa...!
-¿Qué ocurre cuando se encuentran un hombre y una
mujer estresados?
-Cuando un hombre estresado se encuentra con otro,
segregan testosterona, que provoca huída o enfrentamiento. Pero si ese mismo
hombre se encuentra con una mujer que le comprende, una bruja sabia, su
adrenalina baja y su autoestima sube. Y basta solamente con que se siente a su
lado.
-Es bonito eso que dice.
-Estamos llenas de recursos poderosísimos a los
que no prestamos atención, como por ejemplo el conocimiento intuitivo. Estos
conocimientos se pueden desarrollar en los círculos.
-¿Que camino interior propone?
-Sea auténtica, sea consecuente con su persona
interior y averigüe qué quiere hacer con su preciosa vida. Desde fuera
intentarán contestar por usted a las preguntas esenciales, no lo permita.
Desvele qué tipo de arquetipo domina en usted.
-¿A qué se refiere?
-Sus patrones internos, que yo resumo en siete
arquetipos de diosa. Cada mujer tiene dos o tres dominantes, que van desde la
autónoma Artemisa y la fría Atenea, hasta la nutritiva Deméter, la creativa
Afrodita, o Hera, la diosa del matrimonio. (Nota de la redacción: Podéis hacer
este trabajo con su libro Las diosas de cada mujer).
-No será tan simple.
-No. Pero si podemos llevar una vida en la que el
arquetipo dominante y nuestro rol en la vida coincidan, nos sentiremos
satisfechas.
Fuente: Entrevista publicada en La Vanguardia
LIBROS DE JEAN SHINODA BOLEN
• Las diosas de cada mujer
• Las brujas tienen pulgares verdes
• Llamado urgente a las mujeres
• El millonésimo círculo
Hola mis querid@s, siempre digo y me digo, hay que tener actitud, pero hoy hablamos de aptitud. Y ya que estoy jugando con las palabras, creo que en resumen hay que tener actitud para formar la aptitud emocional. Así que, actitud para leer más abajo lo que nos escribe sobre este tema Patricia Ashuel.
Aptitud emocional
Una
investigación mundial realizada por The Consortium for Research on Emotional
Intelligence in Organizations arrojó este sorprendente resultado: El cociente de éxito se debe en un 23% a las capacidades intelectuales
y un 77% a las capacidades emocionales.
Y yo me pregunto de ser así ¿Por qué en la escuela no no nos
enseñan a manejar estas capacidades?
En mi práctica como coach me doy cuenta que la problemática que mas llega a mi tiene
que ver con no saberse manejar en la vida emocionalmente. Rara vez la solución
de alguien estuvo en un curso o en el aprendizaje de una técnica.
Educarse a nivel emocional se traduce en mejor calidad de vida, mayor
rendimiento en el trabajo y sensaciones mas positivas y de felicidad.
Ser uno mismo es tan sencillo como desnudarse en público. Sólo nuestros prejuicios pueden hacernos pensar que es difícil.
¿De qué estamos hablando
cuando decimos educarnos a nivel emocional?
Sostengo que es estar en contacto con nuestras emociones, saber qué las
disparan y a qué acciones nos predisponen.
Necesitamos saber expresar nuestros sentimientos, promover nuestra
flexibilidad, desarrollar la capacidad de un pensamiento divergente, ponernos
en contacto con nuestra creatividad y nuestra intuición, aprender a
controlar nuestros impulsos y la presión social.
Los enojos y las frustraciones son patrimonio de todos,
sin embargo la persona que es inteligente emocionalmente sabe que no vale la
pena la pérdida de tiempo y el gasto energético y se enfoca en otra cosa.
Recuerda que si el Plan A no funciona,
el alfabeto tiene 26 letras mas.
Daniel
Coleman en su libro Inteligencia Emocional dice que la emoción es la energía de
nuestra vida, pero para que sea positiva hay que educarla. ¿A qué se referiría con educarla?
Pienso que podría ser promover y desarrollar las aptitudes emocionales de cada
uno hasta lograr un máximo potencial.
Y de la misma manera que hoy nos educamos intelectualmente mas
allá de lo que nuestros padres pudieron brindarnos también es nuestra
responsabilidad en el tiempo presente educarnos emocionalmente en lo que
consideramos que nos falta.
Si
caminas solo irás mas rápido. Si caminas acompañado llegarás mas lejos.
¿Cuál es tu capacidad de respuesta emocional? ¿Consideras que estás presente en tus emociones eligiendo cuáles quieres vivir y
cuáles evitar? ¿Cuánto tiempo te quedas atrapado, sin respuesta, en una emoción negativa como
el enojo, la bronca o el resentimiento? ¿Si hicieras un balance de tu vida afectiva o laboral que porcentaje le pondrías
a tus emociones positivas y negativas? ¿En tu vida eliges tener razón o ser feliz?
Es una locura odiar a todas las rosas
porque una te pinchó o renunciar a nuestros sueños porque uno no se cumplió.
El Principito
Estaba buscando algo que compartir con ustedes y me encontré con
este texto que me envió una buena amiga hace mucho tiempo, allá por mediados
del 2009. Después de leerlo, sorprenderme y volver a leerlo, me di cuenta que
avanzado fue este texto en aquel año, sobretodo para mí. Ahora lo vuelvo a leer
y me llega pleno, lo entiendo mejor, me saca una sonrisa, porque entiendo que
así debe ser, que así ES.
Sé que estos textos que hablan de amor son un poco
controvertidos y no son de especial atención para muchos de ustedes, pero
realmente el amor mueve el mundo, y en
sus múltiples facetas definitivamente es así, ya que cada uno ama como puede y
no precisamente como nos cuenta este texto. Pero bueno, como les decía los otros
días, hay que abrir la mente y el corazón J
Dany
La nueva frecuencia de amor
Por Ana María Frallicciardi
Si buscas el Amor tira abajo todas tus creencias y olvídate de las experiencias
vividas.
Empieza de nuevo por donde nunca
se te hubiera ocurrido que anda el Amor buscándote a ti.
El Amor es una energía que fluye
libremente en todo el Universo.
Hay que aprender a pedirla y tomarla
desde la Fuente Ilimitada.
El Amor “llega” desde el Centro de
Amor Universal hacia el centro interno de cada uno.
Ábrete, tira tus corazas y deja que esta maravillosa energía disuelva los
sentimientos negativos de separación y soledad.
Cuando logres estados de paz y
bienestar “desde adentro y sin esfuerzos”el Amor ha estado acompañándote no lo
dejes ir hay mucho más por hacer juntos lo descubrirán.
Nuevas formas de relacionarnos amorosamente están surgiendo en
estos tiempos.
En las últimas décadas hemos
crecido mucho en la expresión de los sentimientos y el amor.
En este milenio el amor se abre como un loto de mil pétalos que da múltiples
posibilidades para salir de nuestras limitaciones y carencias.
¿Qué es el amor?
El amor es ENERGIA que viene de la
Energía Universal Creadora. El amor es un estado de completa felicidad se
disfruta cuando uno se abandona en el sentimiento y deja que todo fluya sin obstáculos.
Los seres se están encontrando para
activar la nueva conciencia del amor y así poder sacar lo mejor de sí y crecer
espiritualmente porque el amor es el camino más genuino para el nuevo
crecimiento interior. Desde el amor sin condicionamientos ni expectativas las
almas están sanando viejas heridas de soledades y abandonos y están creando un
estado interior más pleno y seguro.
El amor es amor y nada más no se
encadena a ningún contrato o filiación. Si deseas vivir con la persona amada
vive. Pero no pongas obstáculos en la convivencia no exijas al otro lo que éste
no tiene para dar, no le compliques la vida con reclamos. Deja que la relación
fluya libremente. Respeta sus espacios, sus tiempos, sus gustos y que te
respete a ti. No sientas obligaciones en ningún momento ni sometimiento o
dependencia. No calles lo que sientes pero habla con dulzura.
Hay muchas maneras de comprometerse en
las relaciones y uno cree que todo eso es amor, generalmente es dependencia
emocional, necesidad de que otro llene tus vacíos y encima los llena mal. No
busques el amor afuera. Tienes que aprender a generarlo desde tu centro
cardíaco, llenar tu aura, tu mente, tus palabras del amor que tomarás del Amor
Universal y luego expresarlo. Todo en tu entorno vibrará en el amor y no habrá
más carencias ni abandonos.
Reflexiona sobre estos aspectos: ¿Por
qué cargas al amor con tantos condicionamientos?:
Te amo aunque…te amo porque…te amo pero….El verdadero amor no es nada de todo
eso.
El amor es un sentimiento que fluye puro sin distorsiones.
Una cosa es convivir y compartir la
vida con alguien y otra cosa es amar a alguien.
Lo ideal es que se den ambas cosas
juntas.
Pero si no lo has logrado y convives con alguien a quien ya no amas clarifica
tu interior, acepta la realidad y no eches culpas afuera, en tu camino de
evolución estaba el desamor para que ahora busques el amor que no es sólo tener
a otro sino poder relacionarte amorosamente con TODOS.
Si en el plano humano no encuentras
cómo llenar tu vacío de amor comienza una tarea de crecimiento interior para
conectar la Fuente Eterna de Amor Universal y entonces estarás vibrando también
en el amor humano.
El amor está llamado a cubrir el Universo…
…pero mientras no nos demos cuenta…
…que somos nosotros los que tenemos que llamar invocar, fabricarse amor y luego
proyectarlo…
…el amor no puede conocerse, no puede proyectarse, no puede operar en la
humanidad…
… porque eso depende de nosotros y no de otras fuerzas cósmicas.
Nosotros somos antenas cósmicas para
recibir información divina, información espiritual y difundirla y entonces de
esa forma poder producir mayor inquietud por conocer el amor que es lo que está
sucediendo en esta Nueva Era.
La verdadera conciencia de amor
comienza a entenderse ahora, en la medida en que salimos de todo tipo de
creencias limitadoras. Los verdaderos sentimientos que restaurarán nuestra vida
están fluyendo desde una dimensión superior de compresión de la vida donde el
Ser encuentra su resonancia espiritual y puede conectar el amor en su esencia
pura: esa energía que se expresa……
Para gran parte de la humanidad en estos momentos el amor está mezclado con
necesidades sexuales, fantasías culturales, reemplaza carencias.
Depende de las creencias de cada individuo
que el amor de felicidad o produzca dolor.
Muchos ya han comprobado que con la
cabeza no se ama. El sentimiento amoroso surge desde el pecho. Es una energía
de determinada frecuencia vibracional que se condensa en el chakra cardíaco y
desde allí sale y se expresa. Quienes tiene bloqueos energéticos en el centro cardíaco no pueden expresar esta energía con facilidad y se sienten solos y
angustiados.
Cuando este centro vibra en una
determinada frecuencia y entra en resonancia con otro ser que está en la misma
frecuencia se produce un intercambio amoroso pleno. Esto puede darse una sola
vez varias veces por mucho tiempo por toda la vida humana. Todo depende de la
capacidad para mantener esa sintonía. Es por ello que el amor no pide ni da, se
expresa. A veces encuentra resonancia y respuesta y otras veces no.
¡Cuántas historias de amor pueden caer
con este concepto! Con la excusa de “lo hice por amor”se esconden muchísimas
formas de manipulaciones, resentimientos, necesidad de poder o de dependencia.
¡Basta de telenovelas!
Después de comprender este nuevo
concepto de amor, no tiene sentido hablar de los celos ni de fidelidad.
Se es fiel con uno mismo y con los
propios sentimientos.
Con el crecimiento interior se logra ser consecuente e íntegro con uno mismo.
Sólo desde este lugar de armonía interior se puede fluir un verdadero
sentimiento amoroso profundo y puro.
Este estado amoroso pleno es el que se expresa en todos los niveles de la
vida no sólo en el amor de pareja.
Uno ama LA VIDA y ama a todos los seres. La fuente de amor está dentro de uno y
no necesita que venga a llenarla nadie. Si has sanado tus propias heridas eres
amor e irradias amor.
Sólo así se entra en resonancia y se encuentra quien comparta Tu frecuencia de
Amor.
Si logras solucionar todos los
mandatos adquiridos con respecto al amor podrás enseñarle a otro cómo lograrlo
también y podrá acompañarte en el camino de explorar juntos las nuevas
dimensiones del amor.
Si estás leyendo mi blog, esto lo sabes de sobra. Solo lo comparto para refrescar ideas y tenerlo bien presente, abramos la mente y también el corazón.
Buena semana para todos y que la vida les sonría.
Ser avaro es vivir en la miseria
Ser avaro es vivir en la miseria, pues
la persona que no es capaz de dar, tampoco lo es de recibir. La persona que no
es capaz de dar, se cierra; tiene miedo a dar. Tiene que ser muy precavido y
mantener las puertas y las ventanas cerradas, herméticamente cerradas, para que
nada se le escape. Pero esas puertas son las mismas por las que entran las
cosas. Si mantienes las puertas cerradas, no podrán afectarte ni el viento ni
los rayos del sol; pero tampoco podrás ver las estrellas ni las flores, y su
fragancia no impregnará tu yo. El avaro está destinado a vivir en la miseria;
está aislado. Vive desterrado; desarraigado como un árbol sin raíces. Su vida
no es más que un lento progreso hacia la muerte; no sabe nada de la abundancia
de la vida. Todo lo malo que hay en el hombre es
debido a la falta de amor; está de un modo u otro relacionado con el amor. O no
ha sido capaz de amar o no ha sido capaz de recibir amor; pero no ha podido
compartir su existencia. Ahí radica el sufrimiento, que genera interiormente
todo tipo de complejos. Estas heridas internas pueden aflorar
de muchas maneras, pueden convertirse en dolencia física o en dolencia mental,
pero en lo mas profundo, el hombre sufre por falta de amor, así como el cuerpo
necesita comida, el alma necesita amor, ni el cuerpo puede sobrevivir sin
comida ni el alma sin amor.
Una
mañana, cuando nuestro nuevo profesor de "Introducción al Derecho"
entró a la clase lo primero que hizo fue preguntarle el nombre a un alumno que
estaba sentado en la primera fila:
¿Cómo te llamas?
Me llamo Juan, señor.
¡Vete de mi clase y no quiero que vuelvas nunca más! - gritó el profesor
en tono desagradable.
Juan estaba desconcertado. Cuando reaccionó del shock se
levantó torpemente, recogió sus cosas y salió de la clase.
Todos estábamos asustados e indignados, pero nadie dijo nada.
- Está bien. ¡Ahora sí! ¿Para qué sirven las leyes?...
Seguíamos asustados; pero, poco a poco, comenzamos a responder a su pregunta:
-"Para que haya un orden en nuestra sociedad".
-"¡No!" - contestó el profesor.
-"Para cumplirlas".
-"¡No!" , "¡¡No!! ¿Pero es que nadie sabrá responder esta
pregunta?!"...
-"Para que haya justicia" - dijo tímidamente una chica.
-"¡Por fin! Eso es... para que haya justicia. Y ahora ¿Para qué sirve la
justicia?"
Todos empezábamos a estar molestos por su actitud grosera. Sin embargo,
seguíamos respondiendo:
- "Para salvaguardar los derechos humanos"
- "Bien, ¿Qué más?" - dijo el profesor.
- "Para discriminar lo que está bien de lo que está mal"...
- Ok, no está mal; ahora bien... respóndanme a
esta pregunta: ¿Actué correctamente al expulsar de la clase a Juan?...
¡¡No!!- dijimos todos a la vez.
- ¿Podría decirse que cometí una injusticia?
- ¡Sí!
- Entonces...¿Por qué nadie hizo nada al respecto? ¿Para qué queremos leyes y
reglas si no disponemos de la valentía para llevarlas a la práctica?
Cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar cuando presencia una
injusticia.
¡No vuelvan a quedarse callados nunca más! Vete a buscar a Juan- dijo mirándome
fijamente.
Relato
de Suzy Benaim
“Al que le quepa el sayo que se lo ponga decía mi abuela”.
Y también decía “A buen entendedor, pocas palabras”.
“Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista,
tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero tampoco me importó.
Más tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual,
tampoco me importó.
Después siguieron con los curas,
pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen a por mí, pero ya es
demasiado tarde.”
Bertolt Brecht
Todos tenemos derecho a pensar diferente, a observar la misma
situación y verla de una manera distinta y por lo tanto reaccionar de una
manera individual. Sin embargo quiero dejarte un pensamiento:
No puedo dejar de compartir este relato de Hernán Casciari. Después de leerlo, sin perderme ni una coma y casi sin respirar, me fui a buscar el video y al final se los dejo para que, si les pasa lo mismo que a mi, no tengan que buscarlo. Es el relato de un momento único vivido por casi la totalidad de los Argentinos, en donde estuvimos en vilo durante un breve lapso de tiempo para después saltar como locos de alegría. Espero que lo disfruten como yo, y ya sé, es largo; y bueno. No siempre se puede ni se quiere ser tan concreto, y a veces, como en esta ocasión, se disfruta de lo lindo el detalle.
10,6
segundos
Para
leer lo que sigue más abajo te tiene que gustar la buena lectura y el futbol.
Obvio, tenes que estar con tiempo y ganas de leer algo bueno, conocido y
disfrutado por todos hasta el más mínimo detalle, visto una y mil veces. Y
después, de premio, y no antes, ver el video de apenas segundos que te dejo al
final.
Espero
que lo disfruten y que se emocionen como yo, gracias Hernan Casciari por tan
buen relato.
________
Menos
de once segundos antes, cuando el jugador argentino recibe el pase de un
compañero, el reloj en México marca las trece horas, doce minutos y veinte
segundos. En la escena central hay también dos británicos y un hombre algo
mayor, de origen tunecino. El deporte al que juegan, el fútbol, no es muy
popular en Túnez. Por eso el africano parece el único que no está en actitud de
alarma atlética.
Se
llama Alí Bin Nasser y, mientras los otros corren, él camina despacio. Tiene
cuarenta y dos años y está avergonzado: sabe que nunca más será llamado a
arbitrar un partido oficial entre naciones.
También
sabe que si, doce años antes, cuando se lesionó en la liga tunecina, le
hubieran dicho que estaría en un Mundial, no lo habría creído. Tampoco la tarde
en que se convirtió en juez: en Túnez no es necesario, para acceder al puesto,
más que tener el mismo número de piernas que de pulmones.
Cuando
dirigió su primer partido descubrió que sería un árbitro correcto. Fue más que
eso: logró ser el primer juez de fútbol al que reconocían por las calles de la
ciudad. Lo convocaron para las eliminatorias africanas de 1984 y su juicio
resultó tan eficaz que, un año más tarde, fue llamado a dirigir un Mundial.
En
México le pedían autógrafos, se sacaban fotos con él y dormía en el hotel más
lujoso. Había arbitrado con éxito el Polonia-Portugal de la primera fase, y
vigilado la línea izquierda en un Dinamarca-España en donde los daneses jugaron
todo el segundo tiempo al achique; él no se equivocó ni una sola vez al
levantar el banderín.
Cuando
los organizadores le informaron que dirigiría un choque de cuartos —nunca un
juez tunecino había llegado tan lejos—, Alí llamó a su casa desde el hotel, con
cobro revertido, se lo contó a su padre y los dos lloraron.
Esa
noche durmió con sofocones y soñó dos veces con el ridículo. En el primer sueño
se torcía el tobillo y tenía que ser sustituido por el cuarto árbitro; en el sueño,
el cuarto árbitro era su madre. En el segundo sueño saltaba al campo un
espontáneo, le bajaba los pantalones y él quedaba con los genitales al aire
frente a las televisiones del mundo.
De
cada sueño se despertó con palpitaciones. Pero no soñó nunca, durante la
víspera, en dar por válido un gol hecho con la mano. No soñó con que, en la
jerga callejera de Túnez, su apellido se convertiría en metáfora jocosa de la
ceguera. Por eso ahora dirige el segundo tiempo de ese partido con ganas de que
todo acabe pronto.
Ahora
el jugador argentino toca el balón con su pie izquierdo y lo aleja medio metro
de la sombra. El calor supera los treinta grados y esa sombra, con forma de
araña, es la única en muchos metros a la redonda.
Alrededor
del campo, acaloradas, ciento quince mil personas siguen los movimientos del
jugador pero solo dos, los más cercanos a la escena, pueden impedir el avance.
Se
llaman Peter: Raid uno, Beardsley el otro; nacieron en el norte de Inglaterra,
uno en el cauce y el otro en la desembocadura del río Tyne; los dos tuvieron,
pocos años antes, un hijo varón al que llamaron Peter; los dos se divorciaron
de su primera mujer antes de viajar a México; y los dos están convencidos, a
las trece horas, doce minutos y veintiún segundos, que será fácil quitarle el
balón al jugador argentino porque lo ha recibido a contrarié y ellos son dos:
uno por el frente y el otro por la espalda.
No
saben que, una década después, Peter Raid hijo y Peter Beardsley hijo serán
amigos, tendrán quince y dieciséis años y estarán bailando en una rave de
Londres.
Un
escocés de apellido O’Connor —que más tarde será guionista del cómico Sacha
Baron Cohen— los reconocerá y, en medio de la danza, los esquivará con una
finta y un regate. Lo hará una vez, dos veces, tres veces, imitando el pase de
baile que ahora, diez años antes, le practica a sus padres el jugador
argentino.
Raid
hijo y Beardsley hijo no entenderán la broma, entonces otros participantes de
la rave se sumarán a la burla de O’Connor y se formará un bucle de bailarines que,
en forma de tren humano, esquivará a los muchachos en dos tiempos.
Peter
Raid hijo será el primero en comprender la mofa, y se lo dirá a su amigo: «Es
por el video de nuestros padres, el de México ochenta y seis».
Peter
Beardsley hijo hará un gesto de humillación y los dos amigos escaparán de la
fiesta perseguidos por decenas de muchachos que gritarán, a coro, el apellido
del jugador que diez años antes, ahora mismo, se escapa de sus padres con un
quiebre de cintura.
Muy
pronto Raid padre y Beardsley padre dejarán de perseguir al jugador: será el
trabajo de otros compañeros intentar detenerlo. Ellos ahora permanecen
congelados en medio de una cinta que el tiempo convierte, a cámara lenta, de
VHS a Youtube.
Ahora
sus hijos tienen cinco y seis años y no recordarán haber visto en directo el
primer regate del jugador, pero al comienzo de la adolescencia lo verán mil
veces en video y dejarán de sentir respeto por sus padres.
Peter
Raid y Peter Beardsley, inmóviles aún en el centro del campo, todavía no saben exactamente
qué ha pasado en sus vidas para que todo se quiebre.
Raudo
y con pasos cortos, el jugador argentino traslada la escena al terreno
contrario. Solo ha tocado el balón tres veces en su propio campo: una para
recibirlo y burlar al primer Peter, la segunda para pisarlo con suavidad y
desacomodar al segundo Peter, y una tercera para alejar el balón hacia la línea
divisoria.
Cuando
la pelota cruza la línea de cal el jugador ha recorrido diez de los cincuenta y
dos metros que recorrerá y ha dado once de los cuarenta y cuatro pasos que
tendrá que dar.
A las
las trece horas, doce minutos y veintitrés segundos del mediodía un rumor de
asombro baja desde las gradas y las nalgas de los locutores de las radios se
despegan de los asientos en las cabinas de transmisión: el hueco libre que
acaba de encontrar el jugador por la banda derecha, después del regate doble y
la zancada, hace que todo el mundo comprenda el peligro.
Todos
menos Kenny Sansom, que aparece por detrás de los dos Peter y persigue al
jugador con una parsimonia que parece de otro deporte. Sansom acompaña al
jugador argentino sin desespero, como si llevara a un hijo pequeño a dar su
primera vuelta en bicicleta.
«Parecía
que estuvieras en un entrenamiento, joder», le dirá el entrenador Bobby Robson
dos horas después, en los vestuarios. «Ese no eras tú», le dirá su medio
hermano Allan un año más tarde, borrachos los dos, en un pub de Dublin.
Kenny
Sansom rebobinará mil veces el video en el futuro. Verá su paso desganado, casi
un trote, mientras el jugador se le escapa.
Comenzará,
en noviembre de ese año, a tener problemas con el juego y el alcohol. En la
prensa sensacionalista lo apodarán «White» Sansom, por su afición al vino
blanco.
Su
único amigo de las épocas doradas será Terry Butcher, quizá porque ambos
compartirán el eje de un trauma idéntico.
Butcher
es el que ahora, cuando los relatores de radio y los espectadores en las gradas
todavía están poniéndose de pie, le tira una patada fallida al jugador que
avanza por su banda. Sin saber que su apellido, en el idioma del rival,
significa carnicero, Butcher perseguirá enloquecido al jugador y le tirará una
segunda patada, esta vez con ánimo mortal, en el vértice del área pequeña.
Terry
Butcher tampoco superará nunca el fantasma de esos diez segundos en el mediodía
mexicano. «Al resto de mis compañeros los regateó una sola vez, pero a mí
dos..., pequeño bastardo», le dirá a la prensa muchos años después, con los
ojos vidriosos.
Kenny
Sansom y Terry Butcher no regresarán a México jamás, ni siquiera a playas
turísticas alejadas del Distrito Federal. En el futuro, sin hijos ni parejas
estables, tendrán por afición (con casi sesenta años cada uno) juntarse a tomar
whisky los jueves por la noche e inventar nuevos insultos contra el jugador
argentino que ahora, sin marca, entra al área grande con el balón pegado a los
pies.
Antes
del inicio de la jugada, un hombre da un mal pase. Con ese error empieza la
historia. Podría haber jugado hacia atrás o a su derecha, pero decide entregar
el balón al jugador menos libre.
Ese
hombre se llama Héctor Enrique y se queda inmóvil después del pase, con las
manos en la cintura. Después de ese partido nunca podrá separarse del jugador,
como si el hilo invisible del pase vertical se transformara, con el tiempo, en
un campo magnético.
Enrique
todavía no lo sabe, pero volverá a participar de un Mundial de fútbol,
veinticuatro años después y en tierra sudafricana. Será parte del cuerpo
técnico de un entrenador que, más gordo y más viejo, tendrá el mismo rostro del
hombre joven que ahora corre en zigzag. Y acabará su carrera todavía más lejos,
en los Emiratos Árabes, de nuevo a la derecha del jugador al que, hace dos
segundos, le ha dado un pase a contrarié.
Durante
muchas noches del futuro, en un país extraño donde las mujeres tienen que ir en
el asiento trasero de los coches, Enrique pensará qué habría ocurrido si, en
lugar de esa mala entrega, le hubiera cedido el balón a Jorge Burruchaga, su
segunda opción.
Burruchaga
es el que ahora corre en paralelo al jugador, por el centro del campo. Son las
trece horas, doce minutos y veinticuatro segundos: está convencido de que el
jugador le dará el pase antes de entrar al área, que únicamente le está
quitando las marcas para dejarlo solo frente a los tres palos.
Burruchaga
corre y mira al jugador; con el gesto corporal le dice «estoy libre por el
medio» y mientras espera el pase en vano no sabe que un día, algunos años
después, aceptará un soborno en la liga francesa y será castigado por la
Federación Internacional. Otra entrega a destiempo. Pero él, congelado en el
presente, todavía corre y espera la cesión que no llega nunca.
Días
más tarde hará el gol decisivo de la final, pero el mundo solo tendrá ojos y
memoria para otro gol. Año tras año, homenaje tras homenaje, el suyo no será el
más admirado.
Una
noche Burruchaga llamará por teléfono a Arabia Saudita para conversar con su
amigo Héctor Enrique, y lamentará, un poco en broma, un poco en serio, aquel
gol ajeno que opacó el decisivo de la final. Entonces Enrique verá por la
ventana una tormenta de arena y, sin pretenderlo, lo hará sonreír. «No fue para
tanto aquel gol», le dirá, «el pase se lo di yo, si no lo hacía era para
matarlo».
Dentro
del campo de juego el viento sopla a doce kilómetros por hora. Si hubiera
soplado a sesenta kilómetros por hora, como ocurrió en la Ciudad de México seis
días más tarde, quizás la jugada no hubiera acabado bien.
El
avance parece veloz por ilusión óptica, pero el jugador regula el ritmo, frena
y engaña. Hay una geometría secreta en la precisión de ese zigzag, un rigor que
se hubiera roto con un cambio en el viento o con el reflejo de un reloj pulsera
desde las gradas.
Terry
Fenwick piensa en las variables del azar mientras se ducha cabizbajo tras la
derrota. Sobre todo en una, la menos descabellada.
Antes
del partido, Fenwick le aconsejó a su entrenador Bobby Robson que lo mejor
sería hacerle, al jugador rival, un marcaje hombre a hombre. Bobby respondió
que la marca sería zonal, como en los anteriores partidos.
¿Qué
habría ocurrido si Robson le hacía caso?, se preguntará Terry Fenwick desnudo,
en la soledad del vestuario, con el agua reventándole las sienes.
En
este momento, a las trece horas, doce minutos y veintiséis segundos del
mediodía, es él quien ve llegar al jugador con el balón dominado; es él quien cree
que dará un pase al centro del área. Fenwick piensa igual que Burruchaga, apoya
todo el cuerpo en su pierna derecha para evitar el pase y deja sin candado el
flanco izquierdo. El jugador, con un pequeño salto, entra entonces por el hueco
libre, pisa el área y encuentra los tres palos.
«Mierda»,
le dirá a la prensa Terry Fenwick en 1989, «arruinó mi carrera en cuatro
segundos». Dos años después del exabrupto, en 1991, Fenwick pasará cuatro meses
en prisión por conducir borracho. Dirá, a mediados de la década siguiente, que
no le daría la mano al jugador argentino si lo volviera a ver.
En
esas mismas fechas una de sus hijas cumplirá dieciocho años. Durante la fiesta,
Terry Fenwick la encontrará besándose con un argentino en una playa de
Trinidad. Reconocerá la identidad del muchacho por una camiseta celeste y
blanca con el número diez en la espalda. Fenwick aún no lo sabe, pero en su
vejez dirigirá un ignoto equipo llamado «San Juan Jabloteh» en Trinidad y
Tobago, un país que nunca jugó un Mundial, pero que tiene playas.
Fenwick
se emborrachará cada día en la arena de esas playas. La tarde del encuentro de
su hija con el argentino querrá acercarse al chico para golpearlo. El argentino
hará el gesto salir para la izquierda y escapará por la derecha. Fenwick, de
nuevo, se comerá el amague.
Ocho
pasos, de cuarenta y cuatro totales, dará el jugador dentro del área, y le
bastarán para entender que el panorama no es favorable.
Hay
un rival soplándole la nuca a su derecha, Terry Butcher; otro a su izquierda,
Glenn Hoddle, le impide la cesión a Burruchaga; Fenwick se ha repuesto del
amague y ahora cubre el posible pase atrás y, por delante, el portero Peter
Shilton le cierra el primer palo.
El
norte, el sur y el este están vedados para cualquier maniobra. Son las trece
horas, doce minutos y veintisiete segundos del mediodía. Tres horas más en
Buenos Aires. Seis horas más en Londres.
En
cualquier ciudad del mundo, a cualquier hora del día o de la noche, intentar el
disparo a puerta en medio de ese revoltijo de piernas es imposible, y el que
mejor lo sabe es Jorge Valdano, que llega solo, muy solo, por la izquierda.
Nadie
se percata de la existencia de Valdano, ni ahora en el área grande ni durante
la escuela primaria, en el pueblo santafecino de Las Parejas.
Jorge
Valdano se sentaba a leer novelas de Emilio Salgari mientras sus compañeros
jugaban al fútbol en los recreos, arremolinados detrás de la pelota. El fútbol
le parecía un juego básico a los nueve años, pero a los once ocurrió algo:
entendió las reglas y supo, sin sorpresa, que los demás chicos no lo
practicaban con inteligencia.
Empezó
a jugar con ellos y, mientras el resto perseguía el balón sin estrategia, él se
movía por los laterales buscando la geometría del deporte.
Y fue
bueno. Integró dos clubes del pueblo y pronto lo llamaron de Rosario para las
inferiores de Newell’s; debutó en primera antes de los dieciocho. A los veinte
era campeón mundial juvenil en Toulon. A los veintidós ya había jugado en la
selección absoluta.
Pero
en esos años de vértigo nunca amó el juego por encima de todo. Si le daban a
elegir entre un partido entre amigos o una buena novela, siempre elegía el
libro.
Hasta
ese momento de sus treinta años, Valdano no estaba seguro de haber elegido su
verdadera vocación. Por eso ahora, que espera el pase, siente por fin que ese
puede ser su destino, que quizá ha venido al mundo a tocar ese balón y colgarlo
en la red.
Sabe
que la única opción del jugador es el pase a la izquierda. No le queda otra
salida. Mientras pisa el área piensa: «Si no me la da, largo todo y me hago
escritor”.
Pero
el jugador entra al área sin mirarlo. Tampoco Butcher, ni Fenwick, ni Hoddle,
ni Shilton se enteran de su presencia. Ni siquiera el camarógrafo, que sigue la
jugada en plano corto, lo distingue a tiempo.
En el
video, Valdano es un fantasma que asoma el cuerpo completo recién cuando el
balón está en el vértice del área pequeña. Jorge Valdano todavía no lo sabe,
pero al final de ese torneo comenzará a escribir cuentos cortos.
No
hay enemigo mayor para un atacante que el portero. El resto de los rivales
puede usar la zancadilla rastrera o las rodillas para el golpe en el muslo. No
importa, son armas lícitas en un deporte de hombres y el agredido puede
devolver la acción en la siguiente jugada.
Pero
el portero, el guardavallas, el goalkeeper, el arquero (como el de Lucifer, sus
nombres son infinitos) puede tocar el balón con las manos.
El
portero es una anomalía, una excepción capaz de deshacer con las manos las
mejores acrobacias que otros hombres hacen con los pies. Y hasta ese día ningún
futbolista de campo había logrado devolver esa afrenta en un Mundial.
Por
eso ahora, cuando el jugador pisa el área y mira a los ojos al portero Peter
Shilton (camisa gris, guantes blancos), entiende el odio en la mirada del
inglés.
Media
hora antes el argentino había vengado a todos los atacantes de la historia del
fútbol: había convertido un gol con la mano. La palma del atacante había
llegado antes que el puño del guardameta. En el reglamento del fútbol esa
acción está vedada, pero en las reglas de otro juego, más inhumano que el
fútbol, se había hecho justicia.
Por
eso en este momento culminante de la historia, a las trece horas, doce minutos
y veintinueve segundos, Peter Shilton sabe que puede vengar la venganza. Sabe
muy bien que está en sus manos desbaratar el mejor gol de todos los tiempos.
Necesita hacerlo, además, para volver a su país como un héroe.
Shilton
había nacido en Leicester, treinta y seis años antes de aquel mediodía
mexicano. Ya era una leyenda viva, no le hacía falta llegar a su primer y
tardío Mundial para demostrarlo.
Aún
no lo sabe, pero jugará como profesional hasta los cuarenta y ocho años.
Protagonizará en el futuro muchas paradas inolvidables que, sumadas a las del
pasado, lo convertirán en el mejor goalkeeper inglés.
Sin
embargo (y esto tampoco lo sabe) en el futuro existirá una enciclopedia, más
famosa que la Britannica, que dirá sobre él:
«Shilton,
Peter: guardameta ingles que recibió, el mismo día, los goles conocidos como
‘la mano de Dios’ y el ‘del Siglo’».
Ese
será su karma y es mejor que no lo sepa, porque todavía sigue mirando a los
ojos al jugador argentino que se acerca, y tapa su palo izquierdo como le
enseñaron sus maestros.
Cree
que Terry Butcher puede llegar a tiempo con la patada final. «Quizá sea córner»,
piensa. «Quizá pueda sacar el balón con la yema de los dedos».
Tampoco
sabe que dos años más tarde se publicará en Gran Bretaña un videojuego con su
nombre, titulado «Peter Shilton’s Handball», ni que sus hijos lo jugarán, a
escondidas, en las vacaciones de 1992.
Mejor
que no conozca el futuro ahora, porque debe decidir, ya mismo, cuál será el
siguiente movimiento del jugador. Y lo decide: Shilton se juega a la izquierda,
se tira al suelo y espera el zurdazo cruzado. El argentino, que sí conoce el futuro,
elige seguir por la derecha.
Antes
de tocar por última vez el balón con su pie izquierdo, a las trece horas, doce
minutos y treinta segundos del mediodía mexicano, el jugador argentino ve que
ha dejado atrás a Peter Shilton; ve que Jorge Valdano arrastra la marca de
Terry Fenwick; ve que Peter Raid, Peter Beardsley y Glenn Hoddle han quedado en
el camino; ve a Terry Butcher que se arroja a sus pies con los botines de
punta; ve a Jorge Burruchaga que frena su carrera con resignación; ve a Héctor
Enrique, todavía clavado en la mitad del campo, que cierra el puño de la mano
derecha; ve a su entrenador que salta del banquillo como expulsado por un
resorte y al otro entrenador, el rival, que baja la mirada para no ver el final
del avance; ve a un hombre pelirrojo con una pipa humeante en la primera
bandeja de las gradas; ve la línea de cal de la portería contraria y recuerda
el rostro del empleado que, durante el entretiempo, la repasó con un rodillo;
ve nítidamente a su hermano el Turco que, con siete años, le echa en cara un
error que cometió en Wembley en un jugada parecida, ve los labios sucios de
dulce de leche de su hermano cuando dice:
«La
próxima vez no le pegues cruzado, boludito, mejor amagále al arquero y seguí
por la derecha».
Ve el
rostro de su hermano con la luz de la cocina donde ocurrió la escena, ve la
picardía con que lo miraba; ve, detrás del arco, un cartel que dice Seiko en
letras blancas sobre fondo rojo; ve las uñas pintadas de verde de su primera
novia, el día que la conoció, y ve a esa misma chica, ya mujer, amamantando a
una niña; ve una pelota desinflada y se ve a él mismo, con nueve años, que
intenta dominarla; ve a su madre y a su padre que arrastran, con esfuerzo, un
enorme bidón de kerosén por una calle de tierra en la que ha llovido; ve una
taquilla, en un vestuario de La Paternal, que lleva su nombre y su apellido en
letras flamantes, ve su orgullo adolescente al leer por primera vez su nombre y
su apellido en la taquilla; ve un estadio, sus tablones de madera, y ve también
que un día el estadio entero, y no solo la taquilla, llevará su nombre.
El
jugador argentino ha controlado el aire de sus pulmones durante nueve segundos,
y ahora está a punto de soltar todo el aire de un soplido.
Al revés
que todos los rivales y compañeros que ha dejado atrás, él puede respirar con
su pierna izquierda, y también puede intuir el futuro mientras avanza con el
balón en los pies.
Ve,
antes de tiempo, que Shilton se arrojará a la derecha; ve la intención segadora
de Terry Butcher a sus espaldas, se ve a él mismo, muchos años más tarde, con
un nieto en los brazos, visitando la entrada del Estadio Azteca donde se
levanta una estatua de bronce sin nombre: solo un jugador joven con el pecho
inflado, un balón en los pies y una fecha grabada en la base: 22 de junio de
1986; ve una rave en Londres donde dos chicos de quince años escapan de una
multitud que se burla; ve un departamento en penumbras donde solo hay una mesa,
dos amigos y un espejo sobre la mesa; ve a una muchacha en una playa del
trópico que se deja besar por un chico que lleva puesta una camiseta argentina;
ve un enjambre de periodistas y fotógrafos a la salida de todos los
aeropuertos, de todas las terminales, de todos los estadios y de todos los centros
comerciales del mundo; ve a un niño embobado con un videojuego en la ciudad de
Leicester, mientras su hermano vigila por la ventana que no aparezca el padre;
ve el cadáver de un hombre viejo que ha muerto en Ginebra ocho días antes de
ese mediodía, un hombre que también ha visto todas las cosas del mundo en un
único instante.
Ve
Fiorito de día; ve Nápoles de tarde; ve Barcelona de noche.
Ve el
estadio de Boca a reventar y él está en el medio del campo pero no lleva un
balón en los pies, sino un micrófono en la mano; ve a un anciano en el
aeropuerto de Cartago, que espera a su hijo en el último vuelo desde México,
para abrazarlo y consolarlo; ve un tobillo inflamado; ve a una enfermera de la
Cruz Roja, regordeta y sonriente; ve todos los goles que ha hecho y los que
hará; ve todos los goles que ha gritado y los que gritará en su vida entera; se
ve, con cincuenta y tres años, mirando desde el palco la final del mundo en el
estadio Maracaná; ve el día que verá a su madre por última vez; ve la noche en
que verá por última vez a su padre; ve crecer a todos los hijos de sus hijos;
ve los dolores de parto de una mujer que está a punto de parir un niño zurdo en
Rosario, un año y dos días más tarde de ese mediodía mexicano; ve un espacio
mínimo, imposible, entre el poste derecho y el botín de Terry Butcher.
Cierra
los ojos. Se deja caer hacia adelante, con el cuerpo inclinado, y se hace
silencio en todo el mundo.
El
jugador sabe que ha dado cuarenta y cuatro pasos y doce toques, todos con la
zurda. Sabe que la jugada durará diez segundos y seis décimas. Entonces piensa
que ya es hora de explicarle a todos quién es él, quién ha sido y quién será
hasta el final de los tiempos.